Háblame de dolores
A veces no sé dónde tengo la cabeza.
Y lo digo como quien sabe precisamente donde la tiene
pero no se da cuenta de que debería tenerla en otro sitio.
Puede parecer bonito decir que existe un lugar más allá
de lo que es la realidad.
Pero también hay sonrisas falsas que parecen bonitas,
y existen tristezas delicadas y amargamente dulces.
No quiero mentirte, porque dicen que las mentiras
duelen eternamente.
Pero lo cierto es que conozco verdades que destruyen
corazones para siempre.
Aunque lo que no interesa, pocos lo cuentan,
y lo que interesa demasiado es objeto de negociación.
Y todo esto mientras el dolor se grita a los cuatro vientos,
en miradas perdidas que lloran en el más infeliz de los silencios.
Solo cuando ya estás lo suficientemente loco, salta a la vista de todos,
que ya no saben si llorar o sorprenderse, y callan.
Después se oyen los 'ya me parecía a mí' con la intención de respirar la noticia.
Y en medio de tus días de agonía
alguien te coge la mano, te aprieta los hombros o te levanta la cara.
Siempre en el mejor de los casos.
Lo quieras o no, parezca tangible o un sueño moribundo, esas personas existen.
Quizás no se llevan el dolor, pero tampoco huyen de él.
No tienen miedo a mirarlo a los ojos,
porque comprenden que la única manera de aprender a aceptarlo
es el cariño y la comprensión.
A uno mismo, claro.
Y lo digo como quien sabe precisamente donde la tiene
pero no se da cuenta de que debería tenerla en otro sitio.
Puede parecer bonito decir que existe un lugar más allá
de lo que es la realidad.
Pero también hay sonrisas falsas que parecen bonitas,
y existen tristezas delicadas y amargamente dulces.
No quiero mentirte, porque dicen que las mentiras
duelen eternamente.
Pero lo cierto es que conozco verdades que destruyen
corazones para siempre.
Aunque lo que no interesa, pocos lo cuentan,
y lo que interesa demasiado es objeto de negociación.
Y todo esto mientras el dolor se grita a los cuatro vientos,
en miradas perdidas que lloran en el más infeliz de los silencios.
Solo cuando ya estás lo suficientemente loco, salta a la vista de todos,
que ya no saben si llorar o sorprenderse, y callan.
Después se oyen los 'ya me parecía a mí' con la intención de respirar la noticia.
Y en medio de tus días de agonía
alguien te coge la mano, te aprieta los hombros o te levanta la cara.
Siempre en el mejor de los casos.
Lo quieras o no, parezca tangible o un sueño moribundo, esas personas existen.
Quizás no se llevan el dolor, pero tampoco huyen de él.
No tienen miedo a mirarlo a los ojos,
porque comprenden que la única manera de aprender a aceptarlo
es el cariño y la comprensión.
A uno mismo, claro.
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