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Mostrando entradas de julio, 2015

El niño que no era niño

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Todos los niños crecen, excepto uno. Hubo un niño una vez que ya era demasiado mayor para crecer.   Yo lo conocí en persona, pero también es verdad   que casi todo el mundo lo conocía, excepto uno. Yo también era niño, o eso decían los que ya no lo eran, pero aquel niño era niño sin serlo. Recuerdo bien aquellos tiempos, todo era más fácil que los anteriores, la hierba crecía y no nos obligaban a mirarla, el cielo llovía y no nos dejaban bailar a su son, las mudas se estropeaban y ya no hacían falta remiendos. Pero aquel niño que no era niño no jugaba a los juegos de niños. No se tumbaba en la hierba, no quería soñar bajo la lluvia, ni tan siquiera se alegraba de las rozaduras de sus pantalones. Una vez le propuse que viniera conmigo a jugar y él extendió los dos brazos. Me dijo: -Solo si adivinas en que mano escondo la piedra. Sé que dudé y lo pensé mucho rato. Escogí la izquierda y fallé. Cambié a la derecha y fallé también. Él se río, pero parecía triste.

Palabras de menos.

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Siempre has tenido esa gracia inconfundible en los hoyuelos. A veces, solo cuando te oía reír, la vida parecía más un chiste que un campo de trabajo. Y reías mucho y tendido. Recuerdo como si fuese ayer tus buenos donaires de vividor cuando en un intento por tenderme una mano, me sacabas una sonrisa. Y te juro que cada una de esas veces que reí en silencio y que te busqué con los ojos, no quise estar en ningún otro sitio del planeta. Cada vez que a hurtadillas me leías y después colaborabas con tus infames versos de capitán. Cada vez que me pedías que no dejara de escribir, aunque ya no fuera a ti. Cada vez que salías ahí y me recordabas que el miedo bien disfrazado conjuntaba de perlas con cualquier palabra ingeniosa que hiciese bailar a las mentes. Cada vez que se te encendían los ojos si te encontraban los míos. La memoria es un alma peligrosa y el tiempo es una aguja mal enhebrada cuando dejas de dar puntadas en historias a medio hacer. Los años son agradables y el perfume d

20 de Abril del 90

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Vivo con la mala costumbre de aguantarme los miedos. No sé cuánto tiempo lleva ese reloj mirándome las muñecas, ni marcándome las medias horas de nostalgia pasiva. Porque sé que no estoy muerta, y no es para menos. Últimamente he vivido más de lo que imaginaba. Pero hay están, las oscuras golondrinas, los versos podridos, los amaneceres catatónicos en brazos de la soledad. Porque no sabría como llamar a todas esas personas que bailan solas en los bares y que te hacen dar vueltas hasta que te das cuenta de que tú, también estás un poco solo. Quizás me hayan sacado a la pista, me regalaran una flor hecha con una servilleta, quizás estuve hablando sobre la dudosa y vaga existencia del verbo amar con un desconocido el tiempo suficiente para saber que existe y que algún día, quizás, valdrá la pena. Quizás me hayan querido mejor de lo que tú querías, y créeme que ojalá me equivoque con esto pero, nunca más que tú. No voy a engañarte, ni pienso prometerte que me voy a quedar aquí toda