Autoengaño
Tenía los ojos afilados, clavándose como puñales en la estrepitosa noche. Él seguía dando caladas, mientras reía o tal vez reía, mientras fumaba. De todas formas su rubio ceniza era aún más oscuro que sus intenciones y le caía rebelde sobre la frente, y el humo, caprichoso, dejaba nubes de mentira. Entre el misterio de luces nadie sabía quién era quién, como si alguna vez se hubieran conocido. Bien o peor. Vio sus ojos tras la copa y supo que los suyos eran inocentes. De esas inocencias a las que te gusta sacar a bailar. -¡Te vas a morir, te vas a morir! Era cómico mientras lo gritaba como un niño persiguiendo hojas y ella reía, como solo se ríe uno de la desesperación. Y bailaba también, como solo se hace a ciertas horas de la madrugada. No sabían que tenían. Era solo de esas personas que crean esa necesidad de mirar atrás, una infinita vez más. Era de esas personas que buscas en medio de un bar, medio ebrio. También llovía, a lo lejos el cielo se hacía día.