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Mostrando entradas de septiembre, 2014

Amalgama y entretela.

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Será verdad que hay silencios que son esperanzas y destellos violetas que encubren decisión, que quien puso la tristeza de moda, en realidad, sigue cavando un pozo y echándose la tierra a los pies. Será que las prisas llenan los caminos de polvo y las esperas son consultas con retraso. -Será lo que sea- Es fácil vivir sin saber cómo, más complicado es el orden y su obsesión por los intrusos. Es difícil articular palabras que no son espontáneas, es peor callárselas. No he abierto la puerta, no conozco al asesino. Pero él sabe muy bien cómo me llamo. Y no es suficiente. La piel sigue sin tapar las malas rachas. Son peor que las cicatrices, no las ves pero sabes que siguen ahí. Y la distancia no es abrigo los días de nieve, los paraguas se rompen con el peso de las lágrimas. La sal del sur alegra las mañanas, nos llena la boca de risa, nos invita a un último trago de sueños sin escrúpulos. Luego la realidad es peor, no encuentras la maldad por ningún lado y trag

To be, or not to be.

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Fue inútil mientras duró, tonto en su bondad, un silencio estúpido. Fue de esas tardes que se cubren de hojas y nunca nadie más sabe de ellas. Fue como si el verano empalideciera nuestras manos y el otoño no pensara florecer. A veces hasta creo que fue el segundo antes de dormirme, la nonagésima oveja encima de dos infinitos de pie. El hueco entre ellos. Como un amanecer con luna, septiembre en el paraíso o tú cruzando la calle a oscuras. Otro tú. Fue un verso a media noche, haciendo ruido con su disculpa. Una sombra sobre el tazón de leche, los cereales dormidos, el frío en la cama sin sueño(s). Hubo días que no fue, y no me han olvidado. El polvo también se hace viejo. Y hueco. Fue y mientras fue se alejaba de ti. Creo que fue y ahora solo es un cajón vacío, en medio de mis pensamientos. Una flor de lis muerta sobre la desnudez de su espalda. Una despedida en una botella perdida en el océano, sin saber quien destapará sus secreto

No te engañes, los reflejos también sienten.

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Una vez conocí  a una chica que tenía dos hoyuelos en forma de cacahuetes. Era esa clase de chicas que entre muchas personas parece pequeñita, un bulto más de una cama sin hacer. Pero también era esa clase de chicas que en soledad te atrapaba y te congelaba hasta los huesos del corazón. Nunca tuvo demasiado aplomo. Tampoco le cantaban los pájaros cuando salía a la calle. Llevaba la música demasiado alta, la falda subida para cortejar a sus muslos blancos, como una primavera en el Ártico, y los labios rojo carmín. La veía sentarse siempre y con una puntualidad inquietante, en el jardín de un colegio infantil, a lomos de un columpio mal engrasado. Siempre estaba sola y triste. Había días que llevaba una manzana, días que sostenía un táper amarillo fosforito, días que se sentía como una repostera dando forma con la manga pastelera a la crema de una napolitana bañada en azúcar glass. Con un zumo y una pajita con la que daba tímidos sorbos que le dejaban un aliento dulce y frutal.