No terminas de cicatrizar
Los ojos del diablo siempre serán como aquella tarde de septiembre que nos llovió en la cara y nos hizo olvidar a que sabía la nata sin fresas. No valía preguntarse porqué. Nadie paró los pies a esa insensata que pretendía hacerse creer que podría volar si saltaba desde el precipicio. Pero saltó, lo hizo. Incluso hoy, cuando toca dar explicaciones de cuanto tiempo perdió escalando, el mundo le reprocha su falta de determinación. Y aunque cueste entender que hay heridas que nos dejan como nuevos. Siempre prefirieron llamarnos extraños. Por volver allí todos los días. A sentarnos al borde del mismo precipicio. Supongo que buscando la razón que nos armó del valor suficiente para luchar contra las olas que nos mantuvieron hundidos el tiempo suficiente para ahogar nuestros gritos. O quizás no. Tal vez solo buscamos los motivos que nos condujeron allí, las historias que aquel mar sepultó en los corazones escarlata, las esperanzas que murieron perfilando ese acantilado maldito. In