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Mostrando entradas de enero, 2014

No terminas de cicatrizar

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Los ojos del diablo siempre serán como aquella tarde de septiembre que nos llovió en la cara y nos hizo olvidar a que sabía la nata sin fresas. No valía preguntarse porqué. Nadie paró los pies a esa insensata que pretendía hacerse creer que podría volar si saltaba desde el precipicio. Pero saltó, lo hizo. Incluso hoy, cuando toca dar explicaciones de cuanto tiempo perdió escalando, el mundo le reprocha su falta de determinación. Y aunque cueste entender que hay heridas que nos dejan como nuevos. Siempre prefirieron llamarnos extraños. Por volver allí todos los días. A sentarnos al borde del mismo precipicio. Supongo que buscando la razón que nos armó del valor suficiente para luchar contra las olas que nos mantuvieron hundidos el tiempo suficiente para ahogar nuestros gritos. O quizás no. Tal vez solo buscamos los motivos que nos condujeron allí, las historias que aquel mar sepultó en los corazones escarlata, las esperanzas que murieron perfilando ese acantilado maldito. In

La mala costumbre.

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Tendida en el suelo y los ojos perdiendo su noción en cada grieta del techo que la pintura no tapó. Supuse que engañar después de tantas mentiras, nos convierte en autómatas programados para dudar de cualquier roce inocente. Noté como inspiraba y espiraba un silencio que llevaba demasiado tiempo sin decir nada últil. Solo dejándonos helado el corazón y un saco roto de intenciones hechas aire. Por no contar, que nos hicieron polvo y no precisamente de estrellas. Se llevó una mano al corazón, pretendiendo sentir que después de todo, él seguía marcando el ritmo como solía hacer cuando no se sentía así. Quizás, un poco más cansado que la mala costumbre de abandonarnos cuando las cosas empezaban a ir mejor. No solo aquello significaba que ella no quería renunciar. También nos permitía odiarnos por no haber encontrado una salida de emergencia a tiempo. Por habernos echado pomadas alternativas que eran peor que la enfermedad de no aceptar que solo la distancia podría habernos ayudado. Y, p

Que murió

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La vida no espera a quien tiene prisa por estar muerto. Tampoco, a quienes han olvidado qué tenían que hacer con ella. A los que la esperan, con esa sonrisa torcida, como si fuese consuelo. Suficiente. No espera a los que se van a dormir a altas horas de la madrugada ni a los que se despiertan a su vez, igual de rotos. Y qué contar de ellos, los que temiendo equivocarse, se equivocan dos veces. La vida no espera a los que pierden la cabeza pero no la memoria y amanecen envueltos en las sabanas sucias de ayer. A los que subastan las ganas trazando caminos que saben de antemano, que no llevan a ninguna parte. Pero sería bonito. Por una vez. Imaginar que nadie, a fin de cuentas, sabe la respuesta del porqué. Por qué derrochan su tiempo echando de menos a alguien que ya no existe. Que murió. Esperando. A la vida.

GUERRA, solo eso.

Hoy no me apetece mirarme al espejo y recordar lo que no soy, lo que no fui y lo que se que nunca sere. Precisamente por que no entiendo porque hablo de olvidos si no queda nada que recordar sin romperse. Solo tu sabes como funciona eso de ser desobediente. Con el corazon. O quizas  demasiado yo quiso encontrar en tus ojos una promesa silenciosa. No se hacia donde voy, ni por que alguien como tu, ni por que alguien como yo. Borre la esperanza que se que si me queda. Por eso quiero que me mires a los ojos y lo leas, GUERRA. Solo eso. Vencer o no, es una cosa. Contigo o sin ti, una decision. O una de esas casualidades en las que YA no creo. De todo corazon solo te puedo pedir que beses otros besos, que sonrias a otras sonrisas, que tiembles en otros brazos, y que tengas la suerte de no encontrarme alli. Lo firma: alguien que no encuentra las tildes.

Como un juego de niños

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Sé perfectamente que abres los ojos cada mañana y te invade esa sensación que insistes en calificar como parcialmente soportable. Que por un momento te planteas volver a cerrarlos y dormir eternamente. Por que en soñar ya tienes un máster. Sé que te das por vencido, como manda la costumbre, y te resignas a preguntarte como sería pasar unos días sin ti. Para acabar volviendo y resolverte a vivir la vida que nadie escribió por y para ti. Probar a ser tus propias decisiones. Y pasar a ser el antagonista de este último mes y de ese infierno que ya no sabes como no llamarlo. Sé que te refugias en el- es mejor así- sin mí, sin ti, sin tener que pronunciar un nosotros que deje mal sabor de boca. Como el de un beso dado sin amor, o con puro terror. Sé perfectamente que ya te has cansado de gritar con los ojos, de resignarte al veneno de los abrazos silenciosos que no sirven ni para sujetar ni un tercio de todos los cachitos en los que te rompiste día sí, y día tambi