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Mostrando entradas de junio, 2014

El sol no es nuestro

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Fue aquel verano, escondido entre tus inviernos, y las púas del ángel creciendo sobre mis dedos. Me hacían falta rehenes de los que callan por educación pero muerden siempre en la misma canción. Llorabas, yo lo sé, lo recuerdo. El cielo no te curaba, a mí me sangraba el intento y como todo final inesperado no te vi morir. No caíste sobre el fuego ni exageramos la calma porque sabíamos que el sol no es nuestro. Fue aquel verano, entre horas y a rachas, cuando te vi, sacándote el pecho. El roce de mis besos el dolor de quien recuerda con los ojos abiertos y el tiempo hablando de cuantos días o cuantas litronas atraerían de nuevo al invierno.

Soy rumbo.

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Escribí muchas cartas de despedida, las rehicé, las arropé bajo mis sábanas, jugué a contárselas al viento y a ser su protagonista. Y todo para contarte que no quería decirte adiós, ni abandonarte al olvido, ni alimentarme de fotos enmarcadas en el baúl de mi memoria. Me moría, vislumbré el cenit de nuestro atardecer, pero siempre mantuve la esperanza de que para el destino el tiempo no se acaba nunca. Y me dolía, como un relámpago a las tres de la madrugada, como un qué tal desinteresado, como la impaciencia frente a un desastre mayor. Tú me dolías y tú también te dolías. La única diferencia ahora sin embargo, es que tú te sigues doliendo y que todo esa aparente fortaleza se derrumbará una preciosa tarde de verano cuando te dé por volver al lugar donde creímos que la felicidad era posible. Y nuestra. Tengo los labios con cicatrices, las piernas desnudas y rasgadas y el sol oculto tras las persianas. Y siento el vacío de mi corazón cuando comprendo que en realidad hay una parte d

Corre

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Corre, nadie te persigue, tus huellas son de vino, te sangran las costuras. Derramaste el odio, y el cuenco no deja de ser pozo. Tus ojos, colibrís, hoy dicen poco. Por eso corre, pisa los besos del aire que se mueren si tú, pañuelo y moco de niño, no caes sobre tus pies. Corre, detente si te quema la huida. Pero solo corre. No urge la carta de despedida. El abandono no es cruel, el sol guarda nuestras espaldas, y los días tan largos que son sofoquina tendrán el regusto aún en las encías. Corre y no vuelvas. Porque si vuelves algún día, descubrirás que no llena, ni tan siquiera vacía. Corre, que aún no siendo oro, el tiempo es vida. Corre, pequeño, corre.