Verde y pistachos.
La mañana que te dejaste ver por primera vez, llevabas puesta una camiseta pistacho, los tenis, unas gafas de sol radioactivas y la sonrisa de los sábados. Yo era como el fantasma de cualquier otra ópera, con el pelo mal puesto y cualquier etiqueta por fuera, con los ojos pequeños, muy abiertos y los cristales muy sucios. Aquella mañana que te dejaste ver, tal vez no te vi. Probablemente nadie nos vio de verdad. Quizás incluso aquel día llevé la coleta bien hecha, o puede ser que tú no vistieras pistacho y feliz. Quizás, pudo llover ese día y no me fijé en que llegabas empapado de ilusiones y planes. Probablemente en realidad, ya no recuerde ese día tan bien como me gustaría. Es como de esas veces que saludas por primera vez y luego lo repites tantas ocasiones, tantos días, tantas mañanas, que olvidas que hubo un primer hola y que también te cambió la vida. Aquella mañana yo no sabía mucho. Sabía de hecho, que fuese lo que fuese lo que buscase iba a ser cualquier otra cosa . Llevab