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Déjame conocerte por las calles de Madrid

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"Desisto de los pies y del suelo, estimo un desierto entre las nubes, jugando a ser pecado de hielo, ambicioso es el deseo que encubre, mi maltrecho tambor de acero, elogiador de lo que su sonrisa encubre. Colmado de una vana sabiduría, opta por romper su silencio, necesario a temor de la ambrosía, obstinado en el capricho de sus besos. Certeza que no consigo obtener, embarra en un profundo viaje por su ser, recitando mal juglar los versos de un ayer traicionero como una aguja al tejer. Espero no estar dejándome entrever. Puedo escribir con sangre que sella, o dibujar entre las estrellas, raleando por una caricia que me destella. Levitando se traslucen mis sueños, aplicando caso omiso a ese aviso, sensato como las palabras del norteño. Camuflemos la trascendencia de este mensaje, ahogado a un sinfín de coraje, lívido como un oscuro paraje, lúcido cual sueño a un paisaje. Entrega sin pavor a su amada el soldado sutil rosa sobre un corazón encamado. D

Quiso a quien (le) quiso querer.

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A veces el frío le sorprendía llorando, se hacía hueco entre los jirones de sus pantalones y recorría su espalda de abajo a arriba. El silencio, de otro tanto, también se adueñaba de sus ojos en blanco y negro. Porque en realidad, recuerdos que quiebran voces pocas más palabras necesitan Se preguntó a dónde iría aquel extraño con tanta prisa, cómo sería la sonrisa de la chica de mochila rosa que se cruzaba diariamente, a qué parada se dirigía la señora de los ojos saltones. Sabía tan poco incluso de sus propios zapatos... que le llevaron hacia cualquier sitio. Cualquier vagón a rebosar, cualquier abrazo en cualquier bar. El ruido le hacía olvidar lo que dolía un infeliz 'cualquiera', pero quizás valía más que cualquier promesa de nadie.

Miss diciembre.

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Vale igual no. Vamos a dejar de suponer que nos cabe el mundo en un pañuelo y que mirar más allá no solo es cosa de unos locos. Y pocos. Vamos a dejar de aspirar a ser otros, a mendigar a nuestro miedo que ceda, a tomarnos con desconsuelo las malas nuevas. Vale igual sí. Igual miro demasiado por la ventana, igual mi reloj biológico sigue siendo un impuntual, igual mis sueños exceden el límite de velocidad y sigo cultivando mi falta de sensatez. Pero me parece un buen final, para todos esos comienzos que no lo fueron.

Asfalto y otras medicinas.

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-Sobrepasamos el límite de velocidad. No supe si tomarlo como un aviso o una proposición. Te vi pisar el acelerador con furia, al tiempo que sonreías como si no te estuvieras dando cuenta de que parecías precisamente lo que pretendías parecer: un loco al volante. No me quejé, adoraba la velocidad, el viento atravesándome los huesos, la locura en el corazón, las prisas por ser eternos en medio de un ataque de adrenalina. Te adoraba, en realidad. Con esos aires de piloto y de poeta, con esa magia entre tus dedos y ese guiño de: 'Ni puñetera idea de donde vamos.' Bordeamos los vagos intentos de la soledad por frenarnos, nos hicimos a la lluvia, al parabrisas, al cinturón de mediocridad. Condujimos a ciegas para no ver venir el final. -Suéltate, que vienen curvas.- Me cantó la radio. Y después... ...después volamos por los aires.

Atrápame fuerte.

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Venía a decir que la libertad es otra cárcel  y las monedas de cambio salen más baratas  si hacemos treguas de meses. Venía a decir que lo mejor de la vida siempre será tener la ventana, el corazón y las manos  abiertas frente a tantas mentes cerradas. Ellos también creyeron que la libertad les haría libres.  Y yo sigo pensando: 'Atrápame fuerte.'

Nunca un volverás disfrazó menos despedidas.

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No sé querer con medida. Ni me salen bien las cuentas, ni hay un punto medio entre los agujeros de ese cinturón. Sé que has vuelto a hacerlo, echar de menos no es fácil. Y ojalá te hubieras ido a tiempo, te hubieras quedado quieto y hubieras temblado de frío. Nadie te estaría queriendo tanto, nadie te hablaría en sueños, ni te evitaría a muerte en los espejos, en los reflejos, en los portales vacíos, en las esperanzas de ver el cielo a lo lejos y ser incapaz de no sentir nostalgia. Estamos demasiado cerca para poder hablar de abrigos, demasiado callados para entender los silencios, demasiado vacíos para acabarnos el postre. No voy a volver y no quería que lo supieras. Por si en algún momento, en algún baile, en medio de cualquier abrazo, decido quedarme y dejo de llamar casa a los recuerdos que me hablan de ti.

Si no fuese sábado y yo no me conociera...

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A diferencia de los últimos años nada ha cambiado, ni siquiera ya me crece el pelo, ni me han terminado de salir las muelas inútiles. Los días comienzan sabiendo que van a morir, les gusta el sabor de la condena. Mis últimas notas siguen intactas, colgando desafiantes de la nevera que lleva días sin que nadie la quite peso. Las ventanas dan las mismas vistas que siempre, calles vacías y corazones en vilo. Es como si el tiempo pasase tan despacio que no estuviera disfrutando de los pequeños detalles. No abro las puertas, no como, respiro sin voluntad, escribo las pasteladas habituales de un tirón. Sigo esperando, yo no, solo una parte involuntaria dentro de mí que no me deja pararme el corazón de un mísero golpe de mala suerte. No me parecen justas las palabras, son cinco contra dos, son una noche frente a tus miles de días enamorándome. No me parece justa la vida, ni la oscuridad en los días más soleados, ni la toxicidad de las malas intenciones. No me parece justo y no lo grito, o qu

Fue precioso el funeral.

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Era el firme retrato de la buena suerte. Juro que nadie en su más insano juicio podría haber dudado de que cada vaso que sostenía con firmeza no ahogaba más penas que santuarios. Porque, sin más ambición que dejar de sentir, lo único que no lograba era que se derritiesen los hielos en el fondo, pero de sus labios. Cualquiera para cualquiera. Nadie lo niega. Pero uno sabe con quien pierde el tiempo y gana horas de vida. Luego no volvía. Ya lo sabes, siempre dijo que lo inigualable es dos veces mejor inversión que lo prohibido. Por eso y porque no sabíais, se dejaba las manos en los bolsos y el corazón en modo avión. Y pasaban los días, hambrientos de ganas, de sueño, de montañas. Y seguía con la música en los pies, la brisa rozándole los huesos, la risa intacta y el saco de siempre. Visitaba, con menos frecuencia, a los besos que conocía y luego hacía las maletas. Era difícil y lo sabía, no volver, no soñar con sus malos recuerdos. Pero a veces uno sí sabe por qué y no lo dice

Aún me sangran los nudillos

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Sabías como nadie que me moría por tirar la puerta abajo. Pero pusiste un cerrojo de cadena, para que al menos me quedase la luz y la tristeza de que todo mi esfuerzo... seguían siendo vanas cerraduras.

Mosaicos estacionales

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"Tu melena pelirroja era sutil, como las flores otoñales. Cualquier artista hubiera sentido la presta necesidad de colgar un mosaico en cualquiera de tus enredos. Conocí a muchas mujeres, demasiadas para no saberme cuantos parpadeos eran suficientes para no ver nada más. Era inevitable, no buscar a una persona y encontrarla en pequeños pedazos de muchos 'alguien'. Lo peor era encontrarse con tus sombras y no poder parar la música. Tú seguías sentada en el banco a mediodía, como aquella vez, y yo seguía preguntándome porqué. Era imposible bajar el volumen. Había tantos mantos rojos cruzando las calles, y una vez me reí tanto (la última), que olvidé inútilmente que cualquier viernes alguien me detendría los pies y ya no serías tú. Nadie nunca me dijo que puedes irte todo lo lejos que quieras, pero puedes volver cada día sin tener que cerrar los ojos. Lo descubrí el día que te vi, esta vez con ojos miel y un vestido de felpa que jamás en tu sano juicio te hubieras

Convergentes

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Se parecía a las copas de los árboles siempre miraba al sol, con la cabeza alta y acto después, sonreía. Un día cualquiera escondido entre un sinfín de términos sumándose encontró su límite. Se le escapó  un suspiro entre los dientes alargó el brazo más más mucho más. Sintió que se le resquebrajaban los huesos, que la piel se estiraba hasta ser una película irreversible. Nunca encontró el límite, o sí lo hizo, pero no lo tocó. Sólo tendía hacía una ilusión. Y cerraba los puños queriendo atraparlo entre sus manos aunque siempre aparecían vacías. Solo al abrirlas encontraba los últimos rayos de sol jugando entre sus dedos. Y acto después, sonreía. "Como si todo no siguiera un mismo patrón, como si no tuviésemos el corazón tan lleno de esperanzas como de probabilidades, como si de verdad entendiéramos los infinitos."

Amalgama y entretela.

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Será verdad que hay silencios que son esperanzas y destellos violetas que encubren decisión, que quien puso la tristeza de moda, en realidad, sigue cavando un pozo y echándose la tierra a los pies. Será que las prisas llenan los caminos de polvo y las esperas son consultas con retraso. -Será lo que sea- Es fácil vivir sin saber cómo, más complicado es el orden y su obsesión por los intrusos. Es difícil articular palabras que no son espontáneas, es peor callárselas. No he abierto la puerta, no conozco al asesino. Pero él sabe muy bien cómo me llamo. Y no es suficiente. La piel sigue sin tapar las malas rachas. Son peor que las cicatrices, no las ves pero sabes que siguen ahí. Y la distancia no es abrigo los días de nieve, los paraguas se rompen con el peso de las lágrimas. La sal del sur alegra las mañanas, nos llena la boca de risa, nos invita a un último trago de sueños sin escrúpulos. Luego la realidad es peor, no encuentras la maldad por ningún lado y trag

To be, or not to be.

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Fue inútil mientras duró, tonto en su bondad, un silencio estúpido. Fue de esas tardes que se cubren de hojas y nunca nadie más sabe de ellas. Fue como si el verano empalideciera nuestras manos y el otoño no pensara florecer. A veces hasta creo que fue el segundo antes de dormirme, la nonagésima oveja encima de dos infinitos de pie. El hueco entre ellos. Como un amanecer con luna, septiembre en el paraíso o tú cruzando la calle a oscuras. Otro tú. Fue un verso a media noche, haciendo ruido con su disculpa. Una sombra sobre el tazón de leche, los cereales dormidos, el frío en la cama sin sueño(s). Hubo días que no fue, y no me han olvidado. El polvo también se hace viejo. Y hueco. Fue y mientras fue se alejaba de ti. Creo que fue y ahora solo es un cajón vacío, en medio de mis pensamientos. Una flor de lis muerta sobre la desnudez de su espalda. Una despedida en una botella perdida en el océano, sin saber quien destapará sus secreto

No te engañes, los reflejos también sienten.

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Una vez conocí  a una chica que tenía dos hoyuelos en forma de cacahuetes. Era esa clase de chicas que entre muchas personas parece pequeñita, un bulto más de una cama sin hacer. Pero también era esa clase de chicas que en soledad te atrapaba y te congelaba hasta los huesos del corazón. Nunca tuvo demasiado aplomo. Tampoco le cantaban los pájaros cuando salía a la calle. Llevaba la música demasiado alta, la falda subida para cortejar a sus muslos blancos, como una primavera en el Ártico, y los labios rojo carmín. La veía sentarse siempre y con una puntualidad inquietante, en el jardín de un colegio infantil, a lomos de un columpio mal engrasado. Siempre estaba sola y triste. Había días que llevaba una manzana, días que sostenía un táper amarillo fosforito, días que se sentía como una repostera dando forma con la manga pastelera a la crema de una napolitana bañada en azúcar glass. Con un zumo y una pajita con la que daba tímidos sorbos que le dejaban un aliento dulce y frutal.

Autoengaño

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Tenía los ojos afilados, clavándose como puñales en la estrepitosa noche. Él seguía dando caladas, mientras reía o tal vez reía, mientras fumaba. De todas formas su rubio ceniza era aún más oscuro que sus intenciones y le caía rebelde sobre la frente, y el humo, caprichoso, dejaba nubes de mentira. Entre el misterio de luces nadie sabía quién era quién, como si alguna vez se hubieran conocido. Bien o peor. Vio sus ojos tras la copa y supo que los suyos eran inocentes. De esas inocencias  a las que te gusta sacar a bailar. -¡Te vas a morir, te vas a morir! Era cómico mientras lo gritaba como un niño persiguiendo hojas y ella reía, como solo se ríe uno de la desesperación. Y bailaba también, como solo se hace a ciertas horas de la madrugada. No sabían que tenían. Era solo de esas personas que crean esa necesidad de mirar atrás, una infinita vez más. Era de esas personas que buscas en medio de un bar, medio ebrio. También llovía, a lo lejos el cielo se hacía día.

-CIEN AÑOS DE ETERNIDAD-

El fuego me estaba derritiendo los pensamientos. Al otro lado de las llamas, todo era confuso. Sostenía entre mis dedos lo que nunca sobrevive a las guerras y tenía miedo de perder todo control sobre mis músculos, y que mis manos se cerraran con tanta fuerza que aquel último hálito de vida, pereciese entre un puño de cenizas. Ya no sentía los huesos, el dolor iba y venía. A veces había paz, a veces seguía la lucha vibrando bajo mi piel. La soledad allí también parecía un fantasma, ardían los restos de la ciudad a lo lejos y en medio de aquel páramo desierto, derruido y deshabitado sentía el peso de la muerte acercarse con disimulo. Nadie oiría mis gritos, nadie levantaría mi cuerpo y lo llevaría al amanecer a la alta colina. Nadie salvo aquella adelfa vivía allí. El resto ya estábamos muertos. La vi moverse entre los matorrales. Las sábanas se mecían al compás de sus cabellos. Ella luchaba contra el viento y yo me estremecía cada vez que era capaz de conquistarlo. Tenía los la

No hay título

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Una vez creí en el amor, como también lo hice con los sueños y con las personas. Cruzaba las calles, arrancaba las hojas de los árboles, cerraba los ojos y nunca llegaba tarde. Los amigos nos escribíamos cartas, nos intercambiabamos retratos y nos covertiamos en súperhéroes las tardes de lluvia. Los enfados duraban lo que tardas en comerte un sugus de piña y el tiempo era tan amigo nuestro que le dio por volar con nosotros. Las rosas y las plumas del pavo real eran el secreto de los más apuestos príncipes. Y tras aquellos dientes desordenados, las sonrisas vencían las reprimendas en cuestión de voluntad. Los cuentos sí existían, los finales felices eran proyectos de vida, las oportunidades eran oro en nuestras manos. Echar de menos costaba poco, costaba menos y era nuestra forma más bonita de llenarnos de ganas. Y ahora que las palabras ya no convencen, ni mueven corazones, ni enamoran... Ahora que tenemos desastres por cabeza y los vasos llenos de litros de pobreza de espíritu.

Robin Williams

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Tenías la barba de tres días, la mirada más allá de dónde la vista alcanza y el corazón probablemente descuidado, dejándose llevar por el sinsentido de seguir latiendo y no saber para quién. La tristeza era un halo luminiscente que te acogía e impedía distinguir con exactitud que sería de ellos, los pájaros del jardín, las lagartijas traviesas y las trabajadoras hormigas que acababan de empezar la jornada. Porque ya no te preguntabas otra cosa. No te dolía el miedo, o quizás un poco, pero no lo suficiente. No te dolía la incomprensión. No te dolían los meses de esfuerzos inmensurables, de pérdidas y desastres, de intentos inútiles o quizás victorias que acababan sentadas en tus retinas, incapaces de asumir que ciertamente eso era todo. Dolía y dolía tanto qué ya no sabías qué. El sol estaba raro esa mañana, a ti te había costado deshacerte de las sábanas como mandaba la rutina y sabías que sería ese día. Y te apoyaste en la pared del cuarto que más odiabas de la casa y te viste

Dime que no

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Quise respirar la calma que nunca llamó a mi puerta y acabé intoxicada en el bar de la esquina. La misma historia, las mismas ganas, pero a doscientos cuarenta latidos de venganza. Quise un culpable y me regalaron un espejo. Aún me señalo en plena acusación y las palabras que me digo se rompen en el aire como pompas de jabón. Mentiras. Son las de siempre. Seguro que las has dicho alguna vez. Yo las escuché, de mis labios, muchas veces. Soy inocente. No estoy llorando. Mi reflejo sigue atacado de la risa y en esa carcajada hay mas tristeza que consuelo. Quise imaginar las posibilidades y terminé prohibiéndome ensuciarme la manos. Y el sol ahora pesa como mil años sin haberte visto bien. Las palabras siguen allí entre papeles olvidados y las noches me piden lo de siempre: fuego. Que queme todas las cartas, que queme todas las horas de pensamientos secretos. Pero sigo creyendo que la mejor forma de curar recuerdos es mirarnos a los ojos, sin pestañear. Será el miedo, las ab

Efectos colaterales de un verano (otro) sin abrigo.

Qué grato vicio, el de saber que todo se puede escribir. Si hasta los que no tienen ojos... o los que los tienen y no escriben. Qué calor más sugerente, que evita que nuestros cuerpos maltrechos y jóvenes, puedan hablar de él. Qué virtud tan inconfesable, tenerte a ratos y a pocos metros pero fuera del alcance de mis manos. Si yo levanto la mirada, por encima de mis hombros, al otro lado de los magnolios, y acabo en otro y patético ataque de prisas. Qué acogedor, el aire revuelto, tu mirada airada cuatro ojos despiertos. Qué bonitas las distancias, las que son de corazón y erizan las pestañas de los enamorados. Si el tiempo pasa, los cajones se llenan y se desvisten, y tú y yo seguimos con lo puesto.

Corazón de escarcha.

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Te recuerdo entre oscuras confesiones en medio de aquel idílico poema la panorámica de lo que no queremos dejarnos vivir las notas tristes de esa última sonata a tus pies en la belleza de lo que no entiende de competiciones. Me recuerdo y no me sirven los espejos me caigo a cachitos a sus espaldas y las mentes aquí corren más que las palabras. Y así me encuentro temblando de frío utópico entre tardíos y efímeros consuelos. No los necesito a ellos, me recuerdan. Los ojos negros en su contorno, difuminando las ausencias. Los labios secos, descorchando ríos de vino tinto. La sangre enquistada donde nadie más que el desencanto tiene poder. A quién le duelen las partidas. Y dónde. Si yo ya me he pedido tus fantasmas. Hoy, semana y media, temperaturas helando sensateces. Ya no cantan las golondrinas y se me antoja la escarcha, tu polvo, el que nadie ha limpiado todavía . No quiero dejarme, los lápices vuelan, a veces te encuentran y últimamente lo has

La chica ballena

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Querido retoño, hoy he soñado con la chica ballena. Hace mucho tiempo que no sé de ella, que no deja rastros de su luz y que se esconde en océanos de azules increíbles. Yo creo que no se acuerda del color del cielo ni de la textura de las nubes y también creo que a veces, cuando despierta sobresaltada, lo echa de menos e imagina como hubiera sido su vida si aquel baño de agua salada hubiese terminado algún día. Sigue repitiéndose que la soledad no es buena compañía y el sueño se presenta más acogedor. Aunque supongo que su felicidad a medias y el terror cuando cierra los ojos y sube a la superficie, le parece un balance positivo. No puede ser única y egoísta comodidad. Voy a hablarte de la chica ballena porque la conozcas o no, nunca nadie habla de ella. Y eso me sigue pareciendo muy triste. Todos somos un poco egocéntricos y eso es sano y natural, y cuando la vida de los demás nos toca muy de refilón nos importa más bien poco. Y la chica ballena nunca toca demasiado al resto, sol

Plegaria nocturna

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Quien te vio y quien te ha visto. Las noches se hacen pesadas si los sueños tardan en llegar y últimamente me apuñalan cada mañana a la misma hora. A quién le rezo. Y por qué debería escucharme. Si mis ojos ya no son sinceros y las tarrinas de helado se aburren de mí y de la soledad de mi cuchara desgarrando el hielo. He visto el dolor, así, de cara, con ojos de vino y pude mantenerme firme. Al menos por no ser herida, por dar consuelo y dejarme la pena. He visto el dolor y los que andan descalzos saben que es precisamente lo que de verdad revive. La cuestión siempre será el cuánto. Cuánto dolor. Y cuánto tiempo. He visto el miedo en unos ojos muy grandes, la esperanza sujeta en la barandilla de un quinto piso y la dejadez de quien sabe que no quiere batalla. Y otros muchos la quieren, la braman, la conducen hasta el punto de perder el sentido de lo que aman. Porque si lo supieran o si como mínimo se hubieran parado a pensar, te hubieran encontrado en los bolsillos. Yo lo

Aquí no hay truco, solo trato.

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Si tu vas por partes, a mí que el insomnio me lo den en uno. Que ya hay suficiente con sufrir ausencias acompañado. Seamos realistas, quien despierta antes que los pájaros no se merece un desayuno y menos si llevas la noche entera haciéndote creer que has puesto mucho de tu parte. Porque que yo sepa, un último esfuerzo no es equiparable a tus vagas intenciones de creerte un superhéroe. No sé me da bien esto. Ni echarte de menos, ni desayunar a oscuras, ni mucho menos quemar el correo. Se me acumulan las cartas y estoy dejando de firmar con besos. Y no puedo dejar de repetirme que en realidad, tú fuiste quien me hizo débil. Más. Y deberías volver a arreglar este desastre. Pero lo cierto es que me sigue gustando esto de escribir a alguien que idolatro. Así que, pensándolo mejor, no vengas. Ya me voy yo. A perderme entre bares y cervezas, a cumplir después de tantos años alguna que otra promesa. Te vas a cansar de buscarme y lo sabemos, pero no lo dejes, que yo lo intenté mu

Divenire

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Es curioso, nunca sé cómo empezar y acabo cerrando los ojos. No me sorprenden las imágenes, ni se me aguan los ojos los lunes de madrugada. Suena Ludovico Einaudi. Me siento mejor. Es curioso, no conozco a persona más cursi que yo, ni más frágil, ni más pequeña, ni más estúpida. Siento que hace días que debería haber empezado aquel libro, que sigo madrugando solo para recordarme que no hemos salido impunes, que tomo el sol y solo espero que el aire sople fuerte, que arrepentirme siempre se me ha dado demasiado bien. Y vuelvo a creer que no fuiste un error, que el alcohol mata penas primero y después resucita lágrimas. Siento miedo, mariposas en la garganta, abejas asesinas en el estómago, arañas sobre la espalda. Vomito lo que no soy capaz de contar. A veces toda esta debilidad cobra sentido, a veces tú todavía sigues aquí. O allí. Y vuelvo a soñar y no puedo parar. Siento que no hay tiempo que apague esta necesidad. Más ahora que sé. Habiendo otros brazos,

El sol no es nuestro

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Fue aquel verano, escondido entre tus inviernos, y las púas del ángel creciendo sobre mis dedos. Me hacían falta rehenes de los que callan por educación pero muerden siempre en la misma canción. Llorabas, yo lo sé, lo recuerdo. El cielo no te curaba, a mí me sangraba el intento y como todo final inesperado no te vi morir. No caíste sobre el fuego ni exageramos la calma porque sabíamos que el sol no es nuestro. Fue aquel verano, entre horas y a rachas, cuando te vi, sacándote el pecho. El roce de mis besos el dolor de quien recuerda con los ojos abiertos y el tiempo hablando de cuantos días o cuantas litronas atraerían de nuevo al invierno.

Soy rumbo.

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Escribí muchas cartas de despedida, las rehicé, las arropé bajo mis sábanas, jugué a contárselas al viento y a ser su protagonista. Y todo para contarte que no quería decirte adiós, ni abandonarte al olvido, ni alimentarme de fotos enmarcadas en el baúl de mi memoria. Me moría, vislumbré el cenit de nuestro atardecer, pero siempre mantuve la esperanza de que para el destino el tiempo no se acaba nunca. Y me dolía, como un relámpago a las tres de la madrugada, como un qué tal desinteresado, como la impaciencia frente a un desastre mayor. Tú me dolías y tú también te dolías. La única diferencia ahora sin embargo, es que tú te sigues doliendo y que todo esa aparente fortaleza se derrumbará una preciosa tarde de verano cuando te dé por volver al lugar donde creímos que la felicidad era posible. Y nuestra. Tengo los labios con cicatrices, las piernas desnudas y rasgadas y el sol oculto tras las persianas. Y siento el vacío de mi corazón cuando comprendo que en realidad hay una parte d

Corre

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Corre, nadie te persigue, tus huellas son de vino, te sangran las costuras. Derramaste el odio, y el cuenco no deja de ser pozo. Tus ojos, colibrís, hoy dicen poco. Por eso corre, pisa los besos del aire que se mueren si tú, pañuelo y moco de niño, no caes sobre tus pies. Corre, detente si te quema la huida. Pero solo corre. No urge la carta de despedida. El abandono no es cruel, el sol guarda nuestras espaldas, y los días tan largos que son sofoquina tendrán el regusto aún en las encías. Corre y no vuelvas. Porque si vuelves algún día, descubrirás que no llena, ni tan siquiera vacía. Corre, que aún no siendo oro, el tiempo es vida. Corre, pequeño, corre.

Te dije que saltaras.

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Existen canciones tan bonitas como el roce amistoso del pasado, sonrisas que llevan tu nombre desde antaño, cuando las noches aún se dormían. Arrulladores guiños, nanas inventadas, sueños despiertos, caricias secretas. El aire se despertaba cada mañana y nos sacaba de la cueva, detrás de las montañas, donde los días comienzan una y otra vez. Existen canciones que no son palabras, son silencios, que llenan el vacío de tu ausencia y te traen de nuevo al mundo, a este, y jugamos a ser eternos. No lo vivimos y sé que no lo echarás de menos, quizás fue solo de ese polvo que se posa sobre los hombros de la gente incapaz de cuidarse. Sobre las fotos que reflejan lo que ya no eres y las drogas que no necesitabas. Tus quince miligramos diarios que son la felicidad a corto plazo, el intento de deshacerse de esas sábanas encaprichadas con tu juego de pies. Imaginario. Aguantarte la mirada, conseguir la fuerza necesaria para sentir tu calor de cerca y  los pinchazos de

Triste historia de amor de una Pila Daniell

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Sentía el amor bajo los hombros, retazado, en el fondo de la clase, perdiendo su voz y voto entre una jauría de sentires, de intereses, de desgracias sin techo. Con un hogar que eran mis puños y la rabia de sentirme  reducida a un matojo de posibilidades inquietantes. En el extremo positivo , aun así, porque las esperanzas llenaba mi mente de pájaros descorazonados, que una vez alimentados y cuidados, aprendían a volar. Y se iban, muy lejos, y ya no volvían. Tú, que eras exactamente la cara opuesta de la moneda. Haciéndome llegar la electricidad de una tormenta de verano, recordándome que el miedo no deja de ser vida, escalando a las alturas, reclamando tu dosis diaria de adrenalina. Tú, la oxidación en persona, consumido por las fronteras del aire, pisando tu casa en extrañas circunstancias. Buscando siempre lo que tus menos pretendían llorarte para que no me encontrases jamás. Y todo cuanto nos unía era ese puente lacrimógeno , ese sábado noche, ese enc

Enmudece la primavera

Enmudece la primavera, que de flores ya me sé. Sus cuencas vacías, el perfume de dos soledades cuando se echan de menos. Los labios amapolas que quisieron ser mariposas, para venir y posarse sobre las palmas de la niña que un día fui. Vuela donde nadie la alcanza. Solo el deseo de ser. El aire, el fuego valiente. Y desatar el cálido aliento de la libertad. De sueños mueren los que tienen fe. Aunque, alegres descubren sus cuerpos tórridos, y saludan a la inmensidad. Se extinguen las armonías prendidas. Enmudece la primavera.

Mañanitas tristes.

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Mantos verdes y el canto de los gorriones. Olor tibio, ojos marrones, el desayuno deshecho. Subía las persianas y caían sus pestañas. Los charcos de lluvia son noches y son ruinas. Las gotas tiritando en la mañana inundada con ramajes y capullos. Sus labios manchados de la prisa y la nata que son nubes donde se esconde un dios que muda de pieles. La belleza subjetiva de otro día sin poesía. Y rompe el silencio y luego lo deja vivir. Ahora respira, pero solo. Amanece y atardece al unísono Mueren y no viven. Nadie las llora.

Otra vez.

Oí retumbar sus pasos por el porche. Eran precavidos, pero firmes y acompasados. Quise imaginar que encontraría detrás de aquella puerta. Pero de antemano sabía que nada acaba nunca resultando ser lo que soñamos que es. Vivimos de recuerdos. -Y de cigarros- me recordé mientras daba un calada más. Ella dudó los segundos suficientes para que pudiera sentir su miedo. Yo me balanceé en mi silla y esperé a escuchar el sonido de la libertad. Pero no ocurrió nada. Ni siquiera me sentí decepcionado. Rompí el silencio con el crujir de la madera bajo mis pies y tiré del pomo de la puerta hacía mí. -Otra vez tú.- Reí con una lacónica carcajada.- Te dije que no volvieras e irrumpes en mi casa sin permiso. Otra vez. Escupí humo. Me recosté sobre el marco de la puerta. -No hay derecho.-concluí. Miré a lo lejos, a las vistas que se confundían con fronteras, a los infinitos matices de cielo que solo conseguían quemarme los ojos. -Otra vez.- Suspiré. Anocheció, de nuevo, y las prisas por n

Espectadores del fin

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Asoló cuanto tocó. Incluso aún cuando parecía que se alisaba la falda o se sonreía en los espejos de los portales. Los días de botas y lluvias, de estrategias y complicidad. Contaba con los dedos las veces que el viento había firmado y concluido, con la letra torcida, otro efímero: "Quizás" Y serán las olas que ya no arrastran mensajes a estas tierras de perecederos vencidos. O serán las puertas que conducen a ese inmerecido refugio con paredes de hojalata. El retumbar de una jauría de sillas cuando se clavan como agujas sobre una piel que no resiste al paso del tiempo. Conspirando eternamente contra una soledad fielmente endurecida con continuos golpes de mortero. Acompasados, a veces, indiferentes. En general, dominados por la necesidad de comprender quién los hará parar. O cuándo. O cómo. O por qué. Se le acabaron las manos. Imagínense pues a esa actuación repleta de asistentes que a su desenlace, no aplaudirán. Al margen de una pequeña debilidad

Es odio

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Lo no planeado y su patente facultad de ser inolvidable. Pongamos un marco a lo alucinante, pero no nos olvidemos de que las mayores desgracias no nacieron como proyectos. Después de todo es así. Tachamos a lo ordinario y buscamos esa chispa inusitada, un pequeño toque de impredecibilidad amistosa. Nos aventuramos a creer que esto podría ser una ocurrente utopía. En su defecto, pesadilla. El tiempo tira de nosotros a compás y el viento mece las cuerdas de todos los que vamos de puntillas. Con nuestro firme empeño de evitar el contacto con cualquier tipo de realidad. Por qué. Es una buena pregunta. Y la peor de todas. Concretamente, porque sepulta todos y cada uno de los límites, que sin dejar de ser reales, tuvieron opciones de no ser. Y no doler. Esto no estaba previsto, ni imaginado, ni siquiera contemplado como una ociosa posibilidad de acabar con las firmes convicciones del pasado. Y sin embargo, se empeña por sostenerte la mirada y robarle su humanidad. Es odi

Vuelve

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Tenía el corazón sujeto por un fino hilo. Se zarandeaba. Sintiendo el abismo sobre él. Sabiendo que bastaba un ligero desliz para tragárselo. Para caer. Para tenerlo tan cerca de los ojos que el pánico desbordaría sus límites. Y te dejaría a tu suerte. Seco, hueco, en modo avión. En un estar pero sin ser. Sabiendo que el dolor revive a los vivos. Pero guardándolo, entre tantos olvidos, rociado de suficiente capa de polvo para hacerlo pasar inadvertido. Con un lacito. Con una promesa hecha añicos. Y tantas lágrimas haciendo barro y un suelo inestable. Una palabra bramada a gritos, quizás el mayor logro de toda una vida. Y él seguía palpitando. Rozando la sonrisa del enemigo. Deshaciendo las malas costuras del tiempo. Trayendo a su memoria aquel terrible socavón que desvió su mirada al suelo. Y lo vio. Se había roto, había cedido. Un charco y un río de sangre Su corazón empezó con el Réquiem. Y la palabra... Vuelve O estamos perdidos.

Soy una granada

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Hay historias que simplemente no merecen ser contadas. Al menos no por unos labios que llevan cicatrizando meses mientras los mismos dientes los desgarran. No porque su protagonista no se merezca el papel principal de una historia de nadas y desencuentros. No porque haya luchas que estén avocadas, una y otra vez, a fracasar. Quiero decir que no. Lo que nunca supe decir a tiempo. No busco entes inteligentes que pretendan consolar a esto. No. Porque sé que tuve oportunidades de ser algo más que olvido, que la paciencia aún tiene la intención de calmar lo que no calmó en su día. Pero firmé aquella carta esperando que no fuese la última. Creyendo, como no, que los milagros existen. El futuro, sé que es eso. El miedo que se acuesta siempre al lado de los sueños. Un pastel de derrotas que espera a que soplen sus velas. Un año menos. Otro más, quiero decir. Es posible que se atrevan a llamarme pesimista. Es posible que no me conozcan. Es posible que tampoco lo hicieran dur

No terminas de cicatrizar

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Los ojos del diablo siempre serán como aquella tarde de septiembre que nos llovió en la cara y nos hizo olvidar a que sabía la nata sin fresas. No valía preguntarse porqué. Nadie paró los pies a esa insensata que pretendía hacerse creer que podría volar si saltaba desde el precipicio. Pero saltó, lo hizo. Incluso hoy, cuando toca dar explicaciones de cuanto tiempo perdió escalando, el mundo le reprocha su falta de determinación. Y aunque cueste entender que hay heridas que nos dejan como nuevos. Siempre prefirieron llamarnos extraños. Por volver allí todos los días. A sentarnos al borde del mismo precipicio. Supongo que buscando la razón que nos armó del valor suficiente para luchar contra las olas que nos mantuvieron hundidos el tiempo suficiente para ahogar nuestros gritos. O quizás no. Tal vez solo buscamos los motivos que nos condujeron allí, las historias que aquel mar sepultó en los corazones escarlata, las esperanzas que murieron perfilando ese acantilado maldito. In

La mala costumbre.

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Tendida en el suelo y los ojos perdiendo su noción en cada grieta del techo que la pintura no tapó. Supuse que engañar después de tantas mentiras, nos convierte en autómatas programados para dudar de cualquier roce inocente. Noté como inspiraba y espiraba un silencio que llevaba demasiado tiempo sin decir nada últil. Solo dejándonos helado el corazón y un saco roto de intenciones hechas aire. Por no contar, que nos hicieron polvo y no precisamente de estrellas. Se llevó una mano al corazón, pretendiendo sentir que después de todo, él seguía marcando el ritmo como solía hacer cuando no se sentía así. Quizás, un poco más cansado que la mala costumbre de abandonarnos cuando las cosas empezaban a ir mejor. No solo aquello significaba que ella no quería renunciar. También nos permitía odiarnos por no haber encontrado una salida de emergencia a tiempo. Por habernos echado pomadas alternativas que eran peor que la enfermedad de no aceptar que solo la distancia podría habernos ayudado. Y, p

Que murió

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La vida no espera a quien tiene prisa por estar muerto. Tampoco, a quienes han olvidado qué tenían que hacer con ella. A los que la esperan, con esa sonrisa torcida, como si fuese consuelo. Suficiente. No espera a los que se van a dormir a altas horas de la madrugada ni a los que se despiertan a su vez, igual de rotos. Y qué contar de ellos, los que temiendo equivocarse, se equivocan dos veces. La vida no espera a los que pierden la cabeza pero no la memoria y amanecen envueltos en las sabanas sucias de ayer. A los que subastan las ganas trazando caminos que saben de antemano, que no llevan a ninguna parte. Pero sería bonito. Por una vez. Imaginar que nadie, a fin de cuentas, sabe la respuesta del porqué. Por qué derrochan su tiempo echando de menos a alguien que ya no existe. Que murió. Esperando. A la vida.

GUERRA, solo eso.

Hoy no me apetece mirarme al espejo y recordar lo que no soy, lo que no fui y lo que se que nunca sere. Precisamente por que no entiendo porque hablo de olvidos si no queda nada que recordar sin romperse. Solo tu sabes como funciona eso de ser desobediente. Con el corazon. O quizas  demasiado yo quiso encontrar en tus ojos una promesa silenciosa. No se hacia donde voy, ni por que alguien como tu, ni por que alguien como yo. Borre la esperanza que se que si me queda. Por eso quiero que me mires a los ojos y lo leas, GUERRA. Solo eso. Vencer o no, es una cosa. Contigo o sin ti, una decision. O una de esas casualidades en las que YA no creo. De todo corazon solo te puedo pedir que beses otros besos, que sonrias a otras sonrisas, que tiembles en otros brazos, y que tengas la suerte de no encontrarme alli. Lo firma: alguien que no encuentra las tildes.

Como un juego de niños

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Sé perfectamente que abres los ojos cada mañana y te invade esa sensación que insistes en calificar como parcialmente soportable. Que por un momento te planteas volver a cerrarlos y dormir eternamente. Por que en soñar ya tienes un máster. Sé que te das por vencido, como manda la costumbre, y te resignas a preguntarte como sería pasar unos días sin ti. Para acabar volviendo y resolverte a vivir la vida que nadie escribió por y para ti. Probar a ser tus propias decisiones. Y pasar a ser el antagonista de este último mes y de ese infierno que ya no sabes como no llamarlo. Sé que te refugias en el- es mejor así- sin mí, sin ti, sin tener que pronunciar un nosotros que deje mal sabor de boca. Como el de un beso dado sin amor, o con puro terror. Sé perfectamente que ya te has cansado de gritar con los ojos, de resignarte al veneno de los abrazos silenciosos que no sirven ni para sujetar ni un tercio de todos los cachitos en los que te rompiste día sí, y día tambi