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Mostrando entradas de diciembre, 2016

Olvida este intento

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Un olvido se asoma curioso con ojos de niño tras la pantalla, como una verdad ausente, un beso que ha muerto a oscuras, y que de repente, detiene su camino. Las hojas parecen retama dorada a esa distancia, pero uno se agarra a sus pies y la deshace, y cuando le tocan los ojos en una caricia áurea y triste son otra vez soldados del bosque  elegidos para guardar la línea y caer en la batalla. No recuerdo un invierno tan amarillo y viejo,  como este olvido sin nombre  que no acoge intentos débiles, y que mueve el cielo con vientos de papel. No me recuerdo a ese lado de la nube lejana,  ni esta ventana me protege del reflejo del curioso que se asoma a mi espalda como un frío repentino. No me recuerdo en el suelo porque ahora duermo sobre él, y porque un olvido ya se ha olvidado y solo se queda su nombre vacío como un resto de mí tendido a mi lado. Mañana se pondrá en pie como una senda se volverá marrón y después aire, y el bosque se

La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida

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No recuerdo con exactitud el día que me crucé por primera vez con la tristeza de Elvira Sastre. Sé que, sin embargo, no fue hace mucho y que el tiempo ha ido cavando sus propios surcos en su paso por este lugar que quién sabe si es mi casa, si son mis ideas, o si es simplemente otra tristeza más. Hoy tengo en las manos La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida , y digo en las manos porque es el instrumento palpable que lo sostiene. (Mis manos, qué lugar más triste para encontrarse.) Se ha venido a casa cómo si fuese un amigo de toda la vida, como si, así tal y como lo escribo, estuviese vivo y respirase. Hoy respiro yo con él, llevamos toda la mañana mirándonos a los ojos, echándonos la culpa el uno al otro, pensando en el mar y en que se encuentra más lejos de lo que parece, en las huidas dentro de cuatro paredes muy blancas, en palabras que se repiten como un olvido sucio. Fueron mis pasos los que me arrastraron a traerlo cerca de este estante, mis dedos los que han pasado sus

Granos de Arzadú

Apenas alzaste los ojos cuando te rocé las espaldas con mis enjutos codos. -Apártate. Quita ese libro, que se te van a caer los ojos. - Te bramé con mi falta asumible de diligencia. - Hazte a un lado, niño. Pasaron varios segundos hasta que te despegaste de tu tarea para finalmente dejarme paso por el cuchitril que teníamos por cocina. Me miraste como quien mira a otro niño muerto, roído por su falta de experiencia y de modales. Cerraste el libro de un soplido y me cediste tus palabras apaciblemente. -El agua sale templada a mitad de recorrido. Así le abrasarás los pies a cualquiera y se te derretirá la cara. Saliste de la cocina sin dejarme tregua para replicarte cualquier tozudez.  -No sé como no se te cae la tuya.- Musité. La olla empezó a zumbar y el chirrido me atravesó los oídos. Te odiaba tantas veces al día que me resultaba miserable hasta a mí no poder mirarte de otra manera. Te odiaba, te odiaba, te odiaba tanto... Bajé el fuego, hasta que solo quedó un susurro le