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Mostrando entradas de agosto, 2016

La ciudad de tus vuelos

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Cruza un pájaro el horizonte y aúlla: libertad. Brillan las palabras que me dejas, son de luz, de ti, son de quien las toma, quien las cree, quien las valora. Son tus pasos huella en la tierra, sombra de pino, una manilla en el tiempo, las horas en los pies de quien despega. Los días tristes llevan ochos y otros números. Allí el vuelo es más corto, las migrañas más lentas, los ojos brillan más. Allí el olvido se mancha las manos de barro, la resina es roja, el viento lastima. Allí no te escondes, no hay otra salida, la avecilla se aleja. Mas el cielo sigue celeste, índigo, azur. Sigue viajando, libertino. Siguen tus ojos buscando, tus palabras buscando un pedazo en ese edén que otros gastaron. Me escribes a veces en mayúsculas, pero me siento pequeña, un eco borroso en el mar de allí arriba. Ya no vuelo como antes. Y ojalá esa libertad que me dejas -la avecilla de vuelta en la ciudad,- seas tú libre, tú luz, tú poema.

Hecho agosto

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Hoy me he levantado con esas ganas imperdonables de acabar con el verano. Me lo perdono de todas formas por su otra condición de inevitable, de seco como la sed -irrespirable- y de pertinaz. Se me atraviesa el sol por las mañanas, el aire dulzón de la sierra, sus pastos, montes, sus gentes de fondo. Solo los días que libro de la vida, los días que todo se parece a lo de antes y que quién no puede recordar. Recordar. Hacerlo con tajos limpios, sin mucha sangre, a cierta distancia. Sentir el armazón de piel que me recubre, el cansancio, las horas por encima, las horas por debajo. Camino entre los felices escombros de un nuevo techo, que saben que pronto habrá mucha vida, un huerto chico, paredes sentenciando a otras paredes, luces y grillos. Camino como quien ya está muy lejos y poco le importa. Camino de la mano de quien me acompaña con gusto y me dice con la sonrisa del día que a agosto no le queda mucho, que el sol me queda bien, que podemos permitirnos algunas flores y pequeñas

Ausencia (II)

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He puesto este pequeño trozo de mar en este pequeño chato de vino; otro tinto y otra copa, un descanso muerto y breve con un hielo, sin limón, en la mesa sin número. Veo venir las olas en los pulmones, un salobre corazón que palpita sangre derretida, otra distancia en el pulso, indivisible. Se van. Me quedan palabras secas y el resto de vajilla, un pincho frío, equilibrios en los dientes, la garganta con sed de voz. Mi estómago deshecho a las veinte de la tarde, quince noches más por delante, cuentas y distancias, -todas pendientes-. Me quedan ausencias en el pecho, recorriendo los pasillos de mi casa, cuatros de agosto, meses sumándose, indistintos. Veranos al sol y lutos. Dudas, incertidumbre, cenizas. Me quedan. Lo que el mar siempre devuelve, lo que el mar nunca se lleva.