Efectos colaterales de un verano (otro) sin abrigo.
Qué grato vicio, el de saber que todo se puede escribir. Si hasta los que no tienen ojos... o los que los tienen y no escriben. Qué calor más sugerente, que evita que nuestros cuerpos maltrechos y jóvenes, puedan hablar de él. Qué virtud tan inconfesable, tenerte a ratos y a pocos metros pero fuera del alcance de mis manos. Si yo levanto la mirada, por encima de mis hombros, al otro lado de los magnolios, y acabo en otro y patético ataque de prisas. Qué acogedor, el aire revuelto, tu mirada airada cuatro ojos despiertos. Qué bonitas las distancias, las que son de corazón y erizan las pestañas de los enamorados. Si el tiempo pasa, los cajones se llenan y se desvisten, y tú y yo seguimos con lo puesto.