La mala costumbre.

Tendida en el suelo y los ojos perdiendo su noción en cada grieta del techo que la pintura no tapó.
Supuse que engañar después de tantas mentiras, nos convierte en autómatas programados para dudar de cualquier roce inocente. Noté como inspiraba y espiraba un silencio que llevaba demasiado tiempo sin decir nada últil. Solo dejándonos helado el corazón y un saco roto de intenciones hechas aire. Por no contar, que nos hicieron polvo y no precisamente de estrellas.
Se llevó una mano al corazón, pretendiendo sentir que después de todo, él seguía marcando el ritmo como solía hacer cuando no se sentía así. Quizás, un poco más cansado que la mala costumbre de abandonarnos cuando las cosas empezaban a ir mejor.
No solo aquello significaba que ella no quería renunciar. También nos permitía odiarnos por no haber encontrado una salida de emergencia a tiempo. Por habernos echado pomadas alternativas que eran peor que la enfermedad de no aceptar que solo la distancia podría habernos ayudado. Y, por supuesto, por no saber que siempre nos sentiríamos la otra mitad y nunca nos conformaríamos con ser cómplices de una historia incompleta.

Masculló algo y se llevó la mano a la boca aterrorizada.
Como quien no quiere decir adiós, y al final se queda callado.




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