Otra vez.

Oí retumbar sus pasos por el porche. Eran precavidos, pero firmes y acompasados.
Quise imaginar que encontraría detrás de aquella puerta. Pero de antemano sabía que nada acaba nunca resultando ser lo que soñamos que es. Vivimos de recuerdos.
-Y de cigarros- me recordé mientras daba un calada más.
Ella dudó los segundos suficientes para que pudiera sentir su miedo. Yo me balanceé en mi silla y esperé a escuchar el sonido de la libertad.
Pero no ocurrió nada.
Ni siquiera me sentí decepcionado.
Rompí el silencio con el crujir de la madera bajo mis pies y tiré del pomo de la puerta hacía mí.
-Otra vez tú.- Reí con una lacónica carcajada.- Te dije que no volvieras e irrumpes en mi casa sin permiso. Otra vez.
Escupí humo.
Me recosté sobre el marco de la puerta.
-No hay derecho.-concluí.
Miré a lo lejos, a las vistas que se confundían con fronteras, a los infinitos matices de cielo que solo conseguían quemarme los ojos.
-Otra vez.- Suspiré.
Anocheció, de nuevo, y las prisas por no hacer nada tampoco urgían a deshacerme de aquel olor a membrillo recién hecho, a labios de membrillo, a regustos de membrillo.
Me ardía la garganta de multitud de besos de polilla.
Y amargos y desnudos.
-No vuelvas.
Sentencié con un portazo y esperé a que se fuera. Pero no lo hizo, nunca la oía irse y sin embargo, cada tarde volvían sus pasos a jurar venganza.
-Pero no.
Decía.
No puedes volver al lugar del que nunca te fuiste.

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