Mañanitas tristes.

Mantos verdes
y el canto de los gorriones.
Olor tibio, ojos marrones,
el desayuno deshecho.

Subía las persianas
y caían sus pestañas.
Los charcos de lluvia
son noches y son ruinas.

Las gotas tiritando en
la mañana inundada
con ramajes y capullos.

Sus labios manchados
de la prisa y la nata
que son nubes
donde se esconde un dios
que muda de pieles.

La belleza subjetiva
de otro día sin poesía.
Y rompe el silencio
y luego lo deja vivir.
Ahora respira, pero solo.

Amanece y atardece al unísono
Mueren y no viven.
Nadie las llora.

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