Soy rumbo.
Escribí muchas cartas de despedida, las rehicé, las arropé bajo mis sábanas, jugué a contárselas al viento y a ser su protagonista.
Y todo para contarte que no quería decirte adiós, ni abandonarte al olvido, ni alimentarme de fotos enmarcadas en el baúl de mi memoria.
Me moría, vislumbré el cenit de nuestro atardecer, pero siempre mantuve la esperanza de que para el destino el tiempo no se acaba nunca. Y me dolía, como un relámpago a las tres de la madrugada, como un qué tal desinteresado, como la impaciencia frente a un desastre mayor.
Tú me dolías y tú también te dolías.
La única diferencia ahora sin embargo, es que tú te sigues doliendo y que todo esa aparente fortaleza se derrumbará una preciosa tarde de verano cuando te dé por volver al lugar donde creímos que la felicidad era posible.
Y nuestra.
Tengo los labios con cicatrices, las piernas desnudas y rasgadas y el sol oculto tras las persianas. Y siento el vacío de mi corazón cuando comprendo que en realidad hay una parte de mí que ha dejado de estar contigo.
Me han liberado, me han crecido alas y he visto que se oculta más allá de estos barrotes.
He dejado de tener un rumbo, para serlo, y aún tengo la ilusión de encontrarme de lleno con los ojitos de la sana locura.
Estoy esperando a que este desastre encuentre un hueco en algún que otro bar de copas un sábado de fiesta.
Respiro y cada vez que cierro los ojos tú ya no estás conmigo. Y aquel destartalado me sonríe como solo lo hago yo al buen tiempo.
Y me pregunto que sería diferente si esta no fuera la película de mi vida y unos nuevos ojos abedul no quisieran volver a tener que arrepentirse de mí.
Te merecías mucho más o eso solía contarme el espejo.
Pero sea como sea, ójala esto no sea un hasta pronto y sí mi más sincero adios.
Te quise y es todo lo que querías.
Pero a ti no te pareció suficiente.
Mientras que para mí otros labios fueron mucho más que eso.
Y todo para contarte que no quería decirte adiós, ni abandonarte al olvido, ni alimentarme de fotos enmarcadas en el baúl de mi memoria.
Me moría, vislumbré el cenit de nuestro atardecer, pero siempre mantuve la esperanza de que para el destino el tiempo no se acaba nunca. Y me dolía, como un relámpago a las tres de la madrugada, como un qué tal desinteresado, como la impaciencia frente a un desastre mayor.
Tú me dolías y tú también te dolías.
La única diferencia ahora sin embargo, es que tú te sigues doliendo y que todo esa aparente fortaleza se derrumbará una preciosa tarde de verano cuando te dé por volver al lugar donde creímos que la felicidad era posible.
Y nuestra.
Tengo los labios con cicatrices, las piernas desnudas y rasgadas y el sol oculto tras las persianas. Y siento el vacío de mi corazón cuando comprendo que en realidad hay una parte de mí que ha dejado de estar contigo.
Me han liberado, me han crecido alas y he visto que se oculta más allá de estos barrotes.
He dejado de tener un rumbo, para serlo, y aún tengo la ilusión de encontrarme de lleno con los ojitos de la sana locura.
Estoy esperando a que este desastre encuentre un hueco en algún que otro bar de copas un sábado de fiesta.
Respiro y cada vez que cierro los ojos tú ya no estás conmigo. Y aquel destartalado me sonríe como solo lo hago yo al buen tiempo.
Y me pregunto que sería diferente si esta no fuera la película de mi vida y unos nuevos ojos abedul no quisieran volver a tener que arrepentirse de mí.
Te merecías mucho más o eso solía contarme el espejo.
Pero sea como sea, ójala esto no sea un hasta pronto y sí mi más sincero adios.
Te quise y es todo lo que querías.
Pero a ti no te pareció suficiente.
Mientras que para mí otros labios fueron mucho más que eso.
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