Corazón de escarcha.
Te recuerdo entre oscuras confesiones
en medio de aquel idílico poema
la panorámica de lo que no queremos dejarnos vivir
las notas tristes de esa última sonata
a tus pies
en la belleza de lo que
no entiende de competiciones.
Me recuerdo y no me sirven los espejos
me caigo a cachitos
a sus espaldas
y las mentes aquí corren más
que las palabras.
Y así me encuentro
temblando de frío utópico
entre tardíos y efímeros consuelos.
No los necesito a ellos, me recuerdan.
Los ojos negros en su contorno,
difuminando las ausencias.
Los labios secos,
descorchando ríos de vino tinto.
La sangre enquistada
donde nadie más que
el desencanto tiene poder.
A quién le duelen las partidas.
Y dónde.
Si yo ya me he pedido tus fantasmas.
Hoy, semana y media,
temperaturas helando sensateces.
Ya no cantan las golondrinas
y se me antoja la escarcha,
tu polvo,
el que nadie ha limpiado todavía.
No quiero dejarme,
los lápices vuelan,
a veces te encuentran
y últimamente lo has conseguido.
La hemorragia está de nuestra parte
y el tiempo no grita.
Solo somos nosotros
o lo poco que nos queda.
El hielo en la garganta
impide despedidas.
El desastre,
la esperanza en el desguace,
mi afán de amar todo y cuanto no conozco,
mis pocas intenciones de dejar de hacerlo.
Debería parar,
hablar de márgenes,
retirar la soga
y calmar estas prisas
por hundir el barco
que sostuvo a la tormenta.
Aquí solo quedaron
los que nunca han sabido cómo ser muerte.
Eso y tener una razón por la cuál sonreír
en medio de tan virtuosa costumbre de nadas
es cuanto menos halagador
y una condena a vida.
Recuerdo sí.
Siempre recuerdo demasiado.
Aunque siempre en cuestión de cantidades
me gustó que sobrara.
Me gustaría decir que tú lo sabes,
que tú lo haces
porque sí,
pero no como te gustaría.
O me o no sé.
Hace verano
y sonrío
pero el corazón
sigue, sigue
estornudando.
en medio de aquel idílico poema
la panorámica de lo que no queremos dejarnos vivir
las notas tristes de esa última sonata
a tus pies
en la belleza de lo que
no entiende de competiciones.
Me recuerdo y no me sirven los espejos
me caigo a cachitos
a sus espaldas
y las mentes aquí corren más
que las palabras.
Y así me encuentro
temblando de frío utópico
entre tardíos y efímeros consuelos.
No los necesito a ellos, me recuerdan.
Los ojos negros en su contorno,
difuminando las ausencias.
Los labios secos,
descorchando ríos de vino tinto.
La sangre enquistada
donde nadie más que
el desencanto tiene poder.
A quién le duelen las partidas.
Y dónde.
Si yo ya me he pedido tus fantasmas.
Hoy, semana y media,
temperaturas helando sensateces.
Ya no cantan las golondrinas
y se me antoja la escarcha,
tu polvo,
el que nadie ha limpiado todavía.
No quiero dejarme,
los lápices vuelan,
a veces te encuentran
y últimamente lo has conseguido.
La hemorragia está de nuestra parte
y el tiempo no grita.
Solo somos nosotros
o lo poco que nos queda.
El hielo en la garganta
impide despedidas.
El desastre,
la esperanza en el desguace,
mi afán de amar todo y cuanto no conozco,
mis pocas intenciones de dejar de hacerlo.
Debería parar,
hablar de márgenes,
retirar la soga
y calmar estas prisas
por hundir el barco
que sostuvo a la tormenta.
Aquí solo quedaron
los que nunca han sabido cómo ser muerte.
Eso y tener una razón por la cuál sonreír
en medio de tan virtuosa costumbre de nadas
es cuanto menos halagador
y una condena a vida.
Recuerdo sí.
Siempre recuerdo demasiado.
Aunque siempre en cuestión de cantidades
me gustó que sobrara.
Me gustaría decir que tú lo sabes,
que tú lo haces
porque sí,
pero no como te gustaría.
O me o no sé.
Hace verano
y sonrío
pero el corazón
sigue, sigue
estornudando.
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