Efectos colaterales de un verano (otro) sin abrigo.

Qué grato vicio,
el de saber que todo se puede escribir.
Si hasta los que no tienen ojos...
o los que los tienen y no escriben.

Qué calor más sugerente,
que evita que nuestros cuerpos
maltrechos y jóvenes,
puedan hablar de él.

Qué virtud tan inconfesable,
tenerte a ratos
y a pocos metros
pero fuera del alcance de mis manos.

Si yo levanto la mirada,
por encima de mis hombros,
al otro lado de los magnolios,
y acabo en otro y patético ataque de prisas.

Qué acogedor,
el aire revuelto,
tu mirada airada
cuatro ojos despiertos.

Qué bonitas las distancias,
las que son de corazón
y erizan las pestañas
de los enamorados.

Si el tiempo pasa,
los cajones se llenan
y se desvisten,
y tú y yo seguimos con lo puesto.


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