Plegaria nocturna

Quien te vio y quien te ha visto.
Las noches se hacen pesadas si los sueños tardan en llegar y últimamente me apuñalan cada mañana a la misma hora.
A quién le rezo.
Y por qué debería escucharme.
Si mis ojos ya no son sinceros y las tarrinas de helado se aburren de mí y de la soledad de mi cuchara desgarrando el hielo.
He visto el dolor, así, de cara, con ojos de vino y pude mantenerme firme.
Al menos por no ser herida, por dar consuelo y dejarme la pena.
He visto el dolor y los que andan descalzos saben que es precisamente lo que de verdad revive.
La cuestión siempre será el cuánto.
Cuánto dolor.
Y cuánto tiempo.
He visto el miedo en unos ojos muy grandes, la esperanza sujeta en la barandilla de un quinto piso y la dejadez de quien sabe que no quiere batalla.
Y otros muchos la quieren, la braman, la conducen hasta el punto de perder el sentido de lo que aman.
Porque si lo supieran o si como mínimo se hubieran parado a pensar, te hubieran encontrado en los bolsillos.
Yo los escucho y no hay razón para tanto odio. Nos hicieron de carne y  hueso, de ruina y espina, de versos con y sin techo. A todos nos quema lo mismo, a todos nos gustan los besos.
Y así te niegan extendiendo los brazos. Esperan que el sol los ilumine y que les lluevan aplausos.
Qué será de la sensatez, de las filosofías de andar por casa y las tertulias con sabias que se hacen llamar incultas.
Sobre todo cuando no te merezco.
Porque sabes lo que ellos no son capaces de imaginar.
Tú me viste muerta.
Sentiste el terror.
Tú.
Sigo sin saber a quién castigo.
Porque no encuentro el perdón y allá por donde sigo bordando esperanzas,
me pisa el camino.

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