Dime que no
Quise respirar la calma que nunca llamó a mi puerta y acabé intoxicada en el bar de la esquina.
La misma historia, las mismas ganas, pero a doscientos cuarenta latidos de venganza.
Quise un culpable y me regalaron un espejo. Aún me señalo en plena acusación y las palabras que me digo se rompen en el aire como pompas de jabón. Mentiras.
Son las de siempre.
Seguro que las has dicho alguna vez.
Yo las escuché, de mis labios, muchas veces.
Soy inocente.
No estoy llorando.
Mi reflejo sigue atacado de la risa y en esa carcajada hay mas tristeza que consuelo.
Quise imaginar las posibilidades y terminé prohibiéndome ensuciarme la manos. Y el sol ahora pesa como mil años sin haberte visto bien.
Las palabras siguen allí entre papeles olvidados y las noches me piden lo de siempre: fuego.
Que queme todas las cartas, que queme todas las horas de pensamientos secretos.
Pero sigo creyendo que la mejor forma de curar recuerdos es mirarnos a los ojos, sin pestañear.
Será el miedo, las abejas del estómago, la esperanza embotellada.
Porque tengo la sensación de que necesito algo más que odio, algo más que distancia, algo más que todos estos silencios y todas estas palabras.
Quise olvidarte.
Lo prometí y a quien da igual,
porque me empeño en echarte de menos y cada día lo hago más
y peor.
Los sueños dicen la verdad.
Pero tú miénteme, corazón.
Dime que no, dime que no.
La misma historia, las mismas ganas, pero a doscientos cuarenta latidos de venganza.
Quise un culpable y me regalaron un espejo. Aún me señalo en plena acusación y las palabras que me digo se rompen en el aire como pompas de jabón. Mentiras.
Son las de siempre.
Seguro que las has dicho alguna vez.
Yo las escuché, de mis labios, muchas veces.
Soy inocente.
No estoy llorando.
Mi reflejo sigue atacado de la risa y en esa carcajada hay mas tristeza que consuelo.
Quise imaginar las posibilidades y terminé prohibiéndome ensuciarme la manos. Y el sol ahora pesa como mil años sin haberte visto bien.
Las palabras siguen allí entre papeles olvidados y las noches me piden lo de siempre: fuego.
Que queme todas las cartas, que queme todas las horas de pensamientos secretos.
Pero sigo creyendo que la mejor forma de curar recuerdos es mirarnos a los ojos, sin pestañear.
Será el miedo, las abejas del estómago, la esperanza embotellada.
Porque tengo la sensación de que necesito algo más que odio, algo más que distancia, algo más que todos estos silencios y todas estas palabras.
Quise olvidarte.
Lo prometí y a quien da igual,
porque me empeño en echarte de menos y cada día lo hago más
y peor.
Los sueños dicen la verdad.
Pero tú miénteme, corazón.
Dime que no, dime que no.
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