Fue precioso el funeral.
Era el firme retrato de la buena suerte. Juro que nadie en su más insano juicio podría haber dudado de que cada vaso que sostenía con firmeza no ahogaba más penas que santuarios.
Porque, sin más ambición que dejar de sentir, lo único que no lograba era que se derritiesen los hielos en el fondo, pero de sus labios.
Cualquiera para cualquiera.
Nadie lo niega.
Pero uno sabe con quien pierde el tiempo y gana horas de vida. Luego no volvía.
Ya lo sabes, siempre dijo que lo inigualable es dos veces mejor inversión que lo prohibido.
Por eso y porque no sabíais, se dejaba las manos en los bolsos y el corazón en modo avión.
Y pasaban los días, hambrientos de ganas, de sueño, de montañas.
Y seguía con la música en los pies, la brisa rozándole los huesos, la risa intacta y el saco de siempre. Visitaba, con menos frecuencia, a los besos que conocía y luego hacía las maletas.
Era difícil y lo sabía, no volver, no soñar con sus malos recuerdos.
Pero a veces uno sí sabe por qué y no lo dice.
Y ella probablemente lo estaba gritando.
-Sigue echándole la culpa a la distancia, te está ganando el pulso.
Lo contaba y no parecía verdad, solo suspiros inconexos.
Después se frotaba los ojos y lo decía muchas veces.
Hasta que su garganta olvidaba que eran las tres de la madrugada y el invierno seguía sin llegar al país del hielo y que las caras y los nombres al único funeral al que asisten diariamente es el del olvido.
La vida era más fácil así, velando a sus propios quehaceres, esperando por no morirse de desilusión, abrazando las esperanzas de ser un día puntual a la cita con la muerte de los que cogen tus penas, las acarician y luego se pierden.
Porque, sin más ambición que dejar de sentir, lo único que no lograba era que se derritiesen los hielos en el fondo, pero de sus labios.
Cualquiera para cualquiera.
Nadie lo niega.
Pero uno sabe con quien pierde el tiempo y gana horas de vida. Luego no volvía.
Ya lo sabes, siempre dijo que lo inigualable es dos veces mejor inversión que lo prohibido.
Por eso y porque no sabíais, se dejaba las manos en los bolsos y el corazón en modo avión.
Y pasaban los días, hambrientos de ganas, de sueño, de montañas.
Y seguía con la música en los pies, la brisa rozándole los huesos, la risa intacta y el saco de siempre. Visitaba, con menos frecuencia, a los besos que conocía y luego hacía las maletas.
Era difícil y lo sabía, no volver, no soñar con sus malos recuerdos.
Pero a veces uno sí sabe por qué y no lo dice.
Y ella probablemente lo estaba gritando.
-Sigue echándole la culpa a la distancia, te está ganando el pulso.
Lo contaba y no parecía verdad, solo suspiros inconexos.
Después se frotaba los ojos y lo decía muchas veces.
Hasta que su garganta olvidaba que eran las tres de la madrugada y el invierno seguía sin llegar al país del hielo y que las caras y los nombres al único funeral al que asisten diariamente es el del olvido.
La vida era más fácil así, velando a sus propios quehaceres, esperando por no morirse de desilusión, abrazando las esperanzas de ser un día puntual a la cita con la muerte de los que cogen tus penas, las acarician y luego se pierden.
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