Mosaicos estacionales
"Tu melena pelirroja era sutil, como las flores otoñales.
Cualquier artista hubiera sentido la presta necesidad de colgar un mosaico en cualquiera de tus enredos.
Conocí a muchas mujeres, demasiadas para no saberme cuantos parpadeos eran suficientes
para no ver nada más.
Era inevitable, no buscar a una persona y encontrarla en pequeños pedazos de muchos 'alguien'.
Lo peor era encontrarse con tus sombras y no poder parar la música.
Tú seguías sentada en el banco a mediodía, como aquella vez, y yo seguía preguntándome porqué.
Era imposible bajar el volumen.
Había tantos mantos rojos cruzando las calles, y una vez me reí tanto (la última),
que olvidé inútilmente que cualquier viernes alguien me detendría los pies y ya no serías tú.
Nadie nunca me dijo que puedes irte todo lo lejos que quieras, pero puedes volver cada día sin tener que cerrar los ojos.
Lo descubrí el día que te vi, esta vez con ojos miel y un vestido de felpa que jamás en tu sano juicio te hubieras puesto para mí.
No era la elegancia, tampoco sus manos parecían pájaros cantarines, pero supe que te había encontrado cuando se abandonó a la imperfección de una risa atrevida.
Se me juntaron las ganas de confiarme con las de salir corriendo, como cuando no me dejaste conocerte y te escondiste entre las tapas de otra vida.
Nunca se me han dado bien las bienvenidas y aunque el otoño no hubiera llegado aún a su pelo, aunque mis memorias siguieran susurrándome: 'de mal en peor',
me reí con ella."
Cualquier artista hubiera sentido la presta necesidad de colgar un mosaico en cualquiera de tus enredos.
Conocí a muchas mujeres, demasiadas para no saberme cuantos parpadeos eran suficientes
para no ver nada más.
Era inevitable, no buscar a una persona y encontrarla en pequeños pedazos de muchos 'alguien'.
Lo peor era encontrarse con tus sombras y no poder parar la música.
Tú seguías sentada en el banco a mediodía, como aquella vez, y yo seguía preguntándome porqué.
Era imposible bajar el volumen.
Había tantos mantos rojos cruzando las calles, y una vez me reí tanto (la última),
que olvidé inútilmente que cualquier viernes alguien me detendría los pies y ya no serías tú.
Nadie nunca me dijo que puedes irte todo lo lejos que quieras, pero puedes volver cada día sin tener que cerrar los ojos.
Lo descubrí el día que te vi, esta vez con ojos miel y un vestido de felpa que jamás en tu sano juicio te hubieras puesto para mí.
No era la elegancia, tampoco sus manos parecían pájaros cantarines, pero supe que te había encontrado cuando se abandonó a la imperfección de una risa atrevida.
Se me juntaron las ganas de confiarme con las de salir corriendo, como cuando no me dejaste conocerte y te escondiste entre las tapas de otra vida.
Nunca se me han dado bien las bienvenidas y aunque el otoño no hubiera llegado aún a su pelo, aunque mis memorias siguieran susurrándome: 'de mal en peor',
me reí con ella."
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