Si no fuese sábado y yo no me conociera...
A diferencia de los últimos años nada ha cambiado, ni
siquiera ya me crece el pelo, ni me han terminado de salir las muelas inútiles.
Los días comienzan sabiendo que van a morir, les gusta el sabor de la condena.
Mis últimas notas siguen intactas, colgando desafiantes de la nevera que lleva
días sin que nadie la quite peso. Las ventanas dan las mismas vistas que
siempre, calles vacías y corazones en vilo. Es como si el tiempo pasase tan
despacio que no estuviera disfrutando de los pequeños detalles. No abro las
puertas, no como, respiro sin voluntad, escribo las pasteladas habituales de un
tirón. Sigo esperando, yo no, solo una parte involuntaria dentro de mí que no
me deja pararme el corazón de un mísero golpe de mala suerte. No me parecen
justas las palabras, son cinco contra dos, son una noche frente a tus miles de
días enamorándome. No me parece justa la vida, ni la oscuridad en los días más
soleados, ni la toxicidad de las malas intenciones. No me parece justo y no lo
grito, o quizás lo he dicho tantas veces que ya no me lo creo ni yo. No vuelvas,
aunque yo quiera, aunque te lo pida, aunque me esté muriendo de ganas... Si no
vuelves no tendrás el gusto de contemplar los destrozos y de sentir, cuánto menos, una
pizca de culpabilidad atravesándote las entrañas.
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