Hombres y hambres.

-No es un diagnóstico acertado.
Guardé silencio y saboreé el caramelo de menta.
-Ni siquiera es un diagnóstico.-Seguiste diciendo.
Tenías el pelo revuelto, el hambre en los hoyuelos, la incredulidad en los ojos. 
Miraste al cielo y te acunaste el rostro entre tus manos. Después te volviste hacía mí. El cielo, yo, el cielo...
No querías que dijera nada, solo querías que la nada se sintiese diferente. Te hubiera aburrido con un sermón de los míos, uno de cómo hay personas capaces de respirar y de reír, y de dejarte como nuevo mientras lo hacen. No te hubiera sentado mejor,
Así que me limité a examinarte y pensar en lo bonito que resulta el drama en manos de un buen profesional, en lo bien que hubiera quedado esa historia en la pluma de un buen escritor y en lo que a juicio de un buen lector hubiera sido un rato bien invertido.
Te enfadaste por todo esto.
Las novelas sin escribir, los cuadros sin terminar y mis aires de limitarme a mirarte como a la poesía sin decir nada.
Me conocías, no del todo, sabías de mis días malos y no soportabas que el silencio me diera la razón.
Así que sacaste aquel libro, aquel tan corto que solo tardé meses en terminarlo y me pusiste esa cita en la frente.



-Quizás ya estamos muertos.-Fue lo único que se te ocurrió decir.

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