Yo aprendí a sobrevivir con una estrella en cada mano.

"Hay corazones llenos de agujeros, pero no lo saben."

Me he puesto a repasar la rutina de los últimos lunes, las de los martes, los fines de semana de sofá, libros y lasaña. El polvo que se acumulaba a pasitos calculados en los estantes de mi habitación, las horas mirando el reloj y esperando el día que nunca iba a llegar.  Se me acumulaban los esquemas, me faltó tiempo para terminar de aprenderme bien como se calcula un momento de inercia en las pestañas de alguien que nunca volvió. Eché tierra en todo ese pozo que solo me reflejaba a mí y me pedía a gritos que saltara, que me quedase a vivir entre sus aguas. Me decidí a limpiar ese polvo, y aunque los muebles no brillan, nunca me he sentido más satisfecha.

Me costó lo que se dice tanto, que lo olvidé. Llegué a un lugar de esquinas nuevas, de sonrisas nuevas, de tropiezos nuevos. Un día me desperté, y ni siquiera recordé que no me cruzaría contigo. No me quedó tiempo, ni espacio, para depositar esperanzas en esas promesas que me hacía a mí misma, y que decían algo así como que nunca te fuiste del todo. Algo parecido.

Hubo mucha gente. Gente que me habló del amor, gente que nunca admitió haber estado enamorada, gente que besaba muchas veces y temía que estuviera traspasando los límites del corazón. Esa gente sabía mucho sobre cosas que yo nunca llegué a entender.  Así que no pedí números, solo nombres, solo historias, solo verdad.

Te escribí, sabes que lo hice, pero creo que solo al recuerdo que me quedaba de ti. He jugado muchas veces con él, pero me ponía triste. Ni me lo podía creer, ni se parecía a ti en nada. Se me ha olvidado mucho  y, a veces, con la sorna con la que se amanece algunos días, solo me quedaba gritarme: ‘Cómo querías, cómo querías’

Recuerdo haberlo hablado con alguien, alguien a quien le dije que nunca dejara de escribir, que lo bonito de la vida es que a veces aparece gente que te devuelve las ganas de hacerlo. 


No voy a esconder que soy una bomba de relojería, que probablemente hubiera preferido el infarto de verte y no poder hacer nada, que la triste rutina de nunca más saber de ti. He encontrado el agujero que me pediste que guardara y tengo que confesar que ni yo sé qué hacer con él... ni él sabe qué hacer conmigo.


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