El tercer día, lloró.
Sé que el tercer día lloró, no lo hizo como una persona valiente
que sabe que algunas veces se debe llorar, ni como se llora cuando no te cabe ni un descanso en el corazón. Lloró como si la más pequeña de las tonterías
hubiese alquilado un recoveco en su piel y pensase quedarse a vivir mucho
tiempo, como si fuese verdad que su cuerpo era carne y sus huesos frágiles, y
su corazón de madera, madera tallada de versos, de asfalto y tierra, de
mentiras dulces que arañaban la superficie. Lloró como se llora cuando no
quieres llorar, como si la niña que un día soñaba con tocar la luna, hubiese
tocado el fondo del estanque y se hubiese quedado a vivir allí, a ver vivir, a
mirarse las manos y encontrárselas llenas de estrellas que morirían en pocas
horas.
Sé que lloró y se le empañaron los ojos de
franela y veranos aburridos, sé que leyó tanto poesía que soñaba conmigo todas
las noches. Sé que lloró porque sabía que la quería, que hacía un esfuerzo
enorme por llenar mi vida de cotidianidad y no de ella, que me juré frente al
espejo cada mañana que hay sueños a los que no se puede dejar con vida. Sé que
lloró porque pensaría que todas esas palabras nunca iban dirigidas a mis oídos,
a oídos de otros, que sus versos arañaban con la misma fuerza con la que abandonaban
sus dedos las caricias al viento.
Sé que lloró porque pensó que llegaría un
vicio y la salvaría, que encontraría un hobby y acabaría con ella, que pintaría
más besos y sonrisas escurridizas de las que el tiempo le robó. Sé que lloró,
primero muy bajito y muy despierta, y que después ya nadie pudo volver a dormir
a pierna suelta.
Sé que lloró, que se dejó las mejillas en
todas esas guerras en las que cualquiera hubiera podido ser más fuerte que
ella, que no le comentó a nadie lo grises que se habían vuelto sus ojos y lo
fuertes que seguían pisando sus pies en el fango.
Sé que lloró porque nunca escribió una
despedida que colmase el desnudo de su alma. Era una persona muy triste y
también era una persona muy feliz, y por eso sé, sé que el tercer día lloró y
me dejó la almohada llena de versos, y sé que me dejó un beso en el alféizar de
la ventana, y un recuerdo en los zapatos mal colocados de la noche anterior,
y en el baile de todas esas velas que
tarde o temprano morirían, sé que también me dejó una promesa, una
pequeñita.
Y la envolvió con mucho cuidado y se hizo flor para adornarse los miedos y sé que después lloró, lloró como si estuviese marchita.
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