El muro de mis lamentaciones.
"¿Qué saben las tripas de puños cerrados?
Saben que las riegan los amargos tragos,
saben todo y más de tenerse en pie,
de la soledad."
Es una semana de las que no cuentan los días, no me pesan en
el bolso las veces que en vez de escribir, o llorar, me he abandonado al sueño
y al desconsuelo de un despertar no tan amargo, pero demasiado cansado. Me
pongo a leer sabiendo que si no me pongo, nunca voy a llegar a aquel reducto de
mis expectativas, en las que aún tengo esperanzas y que todavía me acarician la
espalda con optimismo.
El balón siempre corre más que yo, tengo poca velocidad, mucha prisa, pero la cabeza en otro sitio. Luego siempre está de vuelta,
es su casa, el hogar que no eligió. Gritan gol.
Me digo que no espero, pero no dejo de hacerlo.
Sigo girando
la cabeza por donde te vi marchar, aunque nunca jamás me paro. Me hace daño
todo el miedo, a pesar de que no me preocupa tanto. Te sigo creyendo dulcemente
inalcanzable, pero nunca termino la frase.
Entre otras formas de no esperar y de morir en el intento.
Siento la culpa en el estómago y esos días, nunca como. A
veces ni hablo. Abro la puerta a los niños, a los de ahora. Listos, agudos y en
esta dimensión, donde les han dicho que no importa quienes sean mientras consigan
dinero. Ellos piensan que es para regalices, trastos y si se tercia una playa
paradisíaca. Se llevan el trato, y yo me quedo sin truco y con el estómago
vacío.
Leo vidas, me cuentan sus historias invencibles, me río un
montón y me río fatal. Me veo fea en el espejo y lo estropeo con pinzas. Me
entusiasma el ingenio, la compatibilidad, la vida fácil, las malas pintas y los
corazones de oro.
Lleno la comida de nevera, me trabo al hablar, no me callan
cuando no dejo de decir estupideces. Me miro mal. Me pongo a cocinar para veinte
cabezas, en una mesa de cubiertos para una variable de rango dos, y acabo dando
bocados al aire.
Echo de menos las reuniones en la mesa, los ‘pero todo bien’,
los ‘y luego’, las risas que recuerdan juntas, la vida en familia. Me siguen
llegando cantidades desproporcionadas de cariño en forma de comida, fotos y
llamadas perdidas.
Me sigo ahogando en vasos de plástico cuando me dejo la vida
olvidada en cualquier sitio y luego no sé dónde meter los fracasos. Me digo la
verdad, que nunca he sabido reaccionar y aceptarlos, y todo acaba como siempre,
arma blanca y blanco fácil.
Me gusta cuando hablamos de futuro, cuando pensamos en
borracheras, cuando nos reímos de los novios que nunca vamos a tener, los
animales que sí, las amistades que tampoco. Me parece increíble la aceptación sin
condiciones, las personas que son ganas de tener ganas, esta frase:
‘También me hicieron llorar en una cama al sentir que era
mucho más que el cuerpo que me sostenía.’
Hace falta mucho valor para no terminar tan locos como
nuestros pensamientos, para decirse ‘no’ todos los días a los ojos y saber que el
arrepentimiento llegará tarde o temprano.
Como hoy por ejemplo, cualquier sábado de madrugada, a las
siete de la mañana sin saber por dónde coger la cama.
Comentarios
Publicar un comentario