Finales de mayo

Ensordece el ruido de todo este tráfico de injusticias. Sigo sentada en el rellano de siempre, esperando llegar yo antes que esa noticia pesada y sin voz. Se deja entrever entre algunas frases, que sin dejar de ser sinceras, no son concluyentes. Pero sin duda, vive en los silencios de una palabra y la siguiente, de una verdad y su adjetivo, de una llamada y su buzón. Me están dejando sorda y en los huesos.

Siento que aquí tan lejos desde donde escribo, me recorro todos esos kilómetros de hospital y acaricio sus paredes en un intento de abrazar el dolor que viven a diario. Siento que sonaran mis pasos al otro lado, que en el momento que esté a los pies de tu cama, voy a sentir por fin, el suelo que me sostiene. No sé lo que pasará después, supongo que todo esto será presente.

Recordaré con lastre y fiel apego, aquel verano que llegabas por la mañana y nos sentábamos juntas a los píes de su cama, yo con algún libro y tú con cualquier aventura que contar. Aquella mañana que tras meses de enfermedad, de ojos caídos y sustos, fuimos nosotras las que otra vez, al borde de esa misma cama, le cogíamos de la mano hasta el último momento. 

Seré yo quien llore ahora otra vez, quien recuerde aquel agosto que sigue sin llegar, (aquel agosto del que me pasé los días huyendo), quien huela las azucenas este verano y os manche la memoria con cuatro versos mal pensados. Abriré el armario de la cocina, justo el de la entrada, el armario del chocolate, el de las infusiones, el de los polvos de Royal. Me quedarán siempre las ganas de saber que clase de magia oscura usabas en esas natillas que sabías que me iluminaban los ojos. Vivirán conmigo y para la eternidad, los grumos de la bechamel y los de este mundo tan sobrio y mezquino. Llamarás el año que viene como prometiste y me dirás que ya son veintiuno, que siguen sin ser muchos, que tú estás bien. Yo haré lo mismo.

Ensordece el ruido de todo este tráfico de injusticias.  Me están dejando sorda y en los huesos.


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