Hecho agosto
Hoy me he levantado con esas ganas imperdonables de acabar con el verano. Me lo perdono de todas formas por su otra condición de inevitable, de seco como la sed -irrespirable- y de pertinaz. Se me atraviesa el sol por las mañanas, el aire dulzón de la sierra, sus pastos, montes, sus gentes de fondo. Solo los días que libro de la vida, los días que todo se parece a lo de antes y que quién no puede recordar.
Recordar. Hacerlo con tajos limpios, sin mucha sangre, a cierta distancia.
Sentir el armazón de piel que me recubre, el cansancio, las horas por encima, las horas por debajo.
Camino entre los felices escombros de un nuevo techo, que saben que pronto habrá mucha vida, un huerto chico, paredes sentenciando a otras paredes, luces y grillos.
Camino como quien ya está muy lejos y poco le importa.
Camino de la mano de quien me acompaña con gusto y me dice con la sonrisa del día que a agosto no le queda mucho, que el sol me queda bien, que podemos permitirnos algunas flores y pequeñas mentiras.
Camino sin tus ojos, pegada a mi propia sombra que se estira y se deforma a gusto del cielo. Lleno todos estos caminos de migas de pan, de palabras risueñas, de versos que están por ahí escondidos de la luz y de ti, que te temen y que lejos de toda resignación, son mis oros, platas y bronces.
Son días tan bonitos que siempre terminan.
Y el resto persisten, robándome las horas, las manos y el sueño. Uno entre seis más, dos veces siete, otro verano y su cenit. Días que no ven el sol o que no lo sienten, días que saborearán el olvido, que son felices porque han aprendido a serlo.
Pediré que se acaben antes o después, consciente de que el tiempo no es caprichoso y también terminará cuando le toque.
¿Te ha tocado alguna vez el tiempo a ti ?
En una caricia todo se acaba.
Los días bonitos, el verano, el aire dulzón, cualquier beso, quien los respira.
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