Es verdad, el orgullo se perdona si no lo han mortificado. Es verdad el cielo azul, la contaminación del pulso, los atascos mitocondriales, las hojas que no avanzan. Son verdad las medias cervezas con limón, la rutura fibrilar del cudriceps, las vistas maravillosas. Se siente todo como una especie de positivismo en ropa interior que nunca termina de tapar el cuerpo entero.
Te levantas de la cama y te sorprendo, todo ese orden fingido que está deshecho en unos minutos. El polvo que nunca cae, que no dejo que anide en los restos de la persona que fui cuando todos seguían aquí. Una habitación de paredes blancas, de cuadros sin firmar (muchos sin acabar, más aún sin empezar), luciéndose como imágenes de lo que se aplaudió, de lo que no se logró. Me retuerzo entre aquellos días todavía, ves, nadie los imaginaría.
Me guiñas un ojo, me tiendes ese desliz dulce que me guardo para mis propias creencias. Me das tus explicaciones, no porque las necesite, no porque lo necesites. Es algo que ni siquiera necesita explicarse. Me lo cuentas y se hace de noche cuando cierras los ojos, de día si otra vez me miras.
Es todo verdad, y sé que lo he dicho muchas veces. Pero siento que no puedo evitar fijarme en los gestos de las personas a las que admiro, por haberme despertado las manos y los ojos, por haberme quitado el habla, sepultado a mi indiferencia. Son tan de verdad que arañan mi conciencia hasta desgastarla y convertirla en esto que no arraiga, ni estremece, ni cuida de nadie.
Se fue y sé que ya lo sabes, que nos levantamos todos los días y que nos fijamos en todas esas cosas ridículas que nos sacan sonrisas mínimas. Se fue y no ha vuelto, y no entiendes que me importe hasta el extremo de no poder pronunciar su nombre, de grabármelo en cada poema. Es una tontería, es cierto, porque se fue, pero es que también todo es verdad. Todo es verdad.
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