Podría definir esto de tantísimas maneras que seguiría sin acertar: los pájaros están comiendo pan a pasos de mis manos, el sol es un arma de distracción veraniega o las miradas incomodan a los que no saben ser mirados. Podría seguir enumerando ocasiones y postergando el blanco de este papel, de esta oficina. Podría seguir siendo lo que mis manos me dictan: más silencio.

Me he callado del todo, aunque las prisas son oscuras y las noticias duermen en pozos dentro de pozos. Y eso despierta los sentidos de cualquiera que busca. Pero dónde estamos, entre mentiras que rozan ser ciertas y verdades con manos tímidas, me dice el gorrión, entre la línea y el salto. No sabemos suficiente y por eso, las migas de pan siguen en el suelo.

Me recuerdo en los brazos de quien sonríe siempre. Me pongo nerviosa cuando no sé proteger, contener, sujetar. Qué puedo hacer para que no pase, cómo permanezco firme cuando se caen las vigas que me sostenían y yo soy el edificio ahora. Tú, en la otra mitad del planeta, eres la ventana y el aire donde el aplomo planea estrellarse. Resistimos como los recuerdos dentro de las bocas hambrientas de los pajaritos.

Alguien te mira después de mil meses y sigue sin pronunciarse: aunque nunca lo hizo bien y vale la excusa. Ahora es una persona diferente y yo no lo creo, aunque me alegro. Brindamos por el día que dejamos de esperar y que a veces, en noches más lejanas, vivimos. Nos despedimos sin adornos. Podríamos seguir en este discurso suspenso, podría, pero hace calor.

Lo resumo así: todo inconcluso, papeleras de fotos y nada de sorpresas. 
Estoy aquí, rodeada de instantes que lejos de estar huecos, permanecen callados.

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