Mientras andas sin zapatos

No me sorprende ni un pelo. Esta agonía cómplice que arrastras como una ludopatía urgente y que te hiela la sangre mientras dices cosas y explicas cosas y vendes cartas y predicas otras. A ti tampoco te sorprende la costumbre de llorar por todas esas vidas terribles y síncronas que se reproducen, como un cine malo (disculpa mi falta de criterio), en esa sala vacía que dejan tu pasos. Por eso este libro, rojo sangre, que tiene un título que hiere (tanto que duerme besando la mesa) y que me sube a la cara como una vergüenza, no podría hoy repeinarte ni los huesos ni la sorpresa.

No hay coraje huidizo, ni verdades con patas, ni buenas intenciones en esa cara de la luna que es en realidad tu primer plato. Ni siquiera aún has entendido que no estaba todo en las manos de quien no repara: ni tu futuro, ni el descanso, ni siquiera tú. Si el dolor no fuese algo tan intangible como la deshumanización de otro cuerpo humano, si creyera haberte si quiera amedrentado en algún intento, si acaso eso estuviera en tus planes... Qué hubiera pasado entonces. Nadie quiso que le pusieras nombre, apellidos, collarín. Ni que luego lo arrastraras contigo como un fiel aliado que se queda despierto hasta la hora que te vence el sueño. Y lo abrazaste, en medio de una nana, mientras llovía fuera y descubrías que cambiar de nombre a un dolor, desentraña otros caminos ocultos dentro de ti. Y pensé que nunca podrías parar de descubrir más oscuridad porque sencillamente hacía un sombra bonita.

Yo no me paro a pensar en cuanto daño aún te redime. No soy este error (aunque lo cometa). Ni siquiera mi interés podría decirte algo que no fuese: ten cuidado y mucha suerte. Espero que encuentres lo que buscas desesperadamente, que se acabe tu culpa, que este libro rojo te encuentre en medio de la nada en la que crees (mientras andas sin zapatos). Quizás te avergüence tanto como a mí, o incluso un poco más.

Ahí afuera la vida es una película preciosa y los villanos no existen.

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